jueves, 17 de noviembre de 2016

Balance (provisional) de una apasionante experiencia

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¡Cómo pasa el tiempo! Parece que fue hace dos días cuando estaba en Valencia, descubriendo entusiasmado nuevas maneras de enseñar y aprendiendo de mis extraordinarios compañeros todo lo que se puede hacer en un aula cuando se dejan atrás el miedo, la rutina y la impotencia. De aquel curso tan intenso me llevé unas enormes ganas de poner en marcha lo aprendido, y una fuerza contagiosa que me transmitieron los estupendos profesores y maestros que tuve la suerte de conocer durante esa semana inolvidable. Tuve ocasión de aplicar en la práctica este aprendizaje durante la segunda parte del curso, que precisamente consistía en llevar a las aulas algo de lo que habíamos visto en el curso presencial. Durante los últimos dos meses he estado cambiando mi manera de enseñar, y aunque he tenido mis dudas y mis altibajos, mis contratiempos y mis pequeños sinsabores, creo que el balance global es enormemente positivo, como recoge el documento con mis conclusiones finales, que es el que enviado a los evaluadores del curso.

Quisiera llevarme de esta fase práctica del curso las ganas de continuar avanzando para consolidar todos estos cambios y para incorporarlos definitivamente a mi manera de ser profesor. Definitivamente, esta forma de estar con mis alumnos me hace sentirme mucho mejor, disfrutando más de mi trabajo y viviendo una forma de libertad – para mí y para mis alumnos – que antes no podía ni imaginarme. Todo tiene, claro está, sus ventajas y sus inconvenientes, y no es todo tan fácil como puede parecer al leer estas líneas, ni mucho menos. Pero creo que el primer paso, que es el más difícil, ya está dado. Ahora sólo me queda continuar por este mismo sendero, a mi ritmo pero sin perder el rumbo. Haciendo camino mientras se anda, que no sólo es la única manera de avanzar, sino que además es la más auténtica.

sábado, 12 de noviembre de 2016

Herramienta de instrucción masiva


¡Qué experiencia tan curiosa! El otro día viví en mi centro educativo dos maneras completamente opuestas de entender el uso de las nuevas tecnologías en la enseñanza. La primera me la encontraé a primera hora de la mañana, cuando casualmente escuché cómo dos profesoras comentaban con gran preocupación un incidente que había sucedido con una alumna. Al parecer la chica había usado su móvil en el instituto, cosa que según el reglamento de régimen interior está prohibida. El caso es que finalmente y sin saber muy bien cómo, el teléfono desapareció, con lo que se armó un buen jaleo intentando encontrar al presunto responsable de lo que parecía ser un robo. La solución para evitar este tipo de problemas, según estas dos profesoras, estaba bien clara. Lo que hay que hacer, en su opinión, es prohibir totalmente el uso de estos aparatos infernales en un centro educativo, puesto que únicamente dan problemas y generan conflictos. Si hay una urgencia, los padres pueden localizar a los alumnos llamando al teléfono del instituto, de modo que el teléfono es innecesario. Por otra parte, cuando los alumnos llevan el teléfono a lase lo que consiguen es distraerse y despistarse, puesto que pasan el tiempo preocupados por mirar el correo y el What's App en vez de atender al profesor. La cosa está bien clara: el teléfono es enemigo de la enseñanza. En las aulas lo que hay que hacer es estar bien calladito escuchando las explicaciones y usando lápiz y papel, como se ha hecho durante toda la vida.
Tal vez se trate de una visión algo extrema, pero desde luego está bastante generalizada. Lo curioso del caso es que esa misma mañana, apenas una hora después, cuando iba a entrar en mi clase de valores éticos para explicarles a mis alumnos la ética de Kant, el coordinador TIC me abordó en el pasillo para pedirme un favor. En el aula donde yo tenía que dar mi clase se acababa de instalar un nuevo punto de acceso WiFi y él quería comprobar si la conexión funcionaba adecuadamente. Para ello hacía falta que los alumnos se conectasen con sus móviles a Internet, lo cual requería darles la contraseña de acceso a la red WiFi del centro. Cuantos más alumnos se pudieran conectar, mejor, puesto que de lo que se trataba era de comprobar si la conexión soportaba un gran flujo de datos sin saturarse. Menudo papelón, pensé yo, ¿y ahora qué hago?
Supongo que en una situación como esta es cuando hace falta ser flexible y tener capacidad de reacción. Esta vez, afortunadamente, logré superar el reto. En vez de explicar yo mi lección, pensé, tal vez podría pedir a los alumnos que la consulten en Internet usando sus móviles. En realidad, toda la explicación está a disposición de los alumnos en un enlace de mi blog. Así que les pedí que usando su móvil leyeran mi presentación sobre la ética de Kant, y que trabajando por parejas respondieran a la actividad final que aparece en la última diapositiva. Confieso que no era ese el plan que tenía inicialmente previsto para mi clase, pero he de decir que funcionó estupendamente. Ni que decir tiene que cuando dijimos a los alumnos que sacaran los móviles hubo un clamor de entusiasmo en la clase. Pero mis más espantosos temores, que tenían que ver con el uso que pudieran hacer de la conexión a Internet, no tenían realmente fundamento. Resulta que los alumnos estuvieron trabajando estupendamente. Mi explicación magistral, lenta y aburrida, está claro que era innecesaria. La presentación y los apuntes que están en mi blog eran más que suficientes para que los alumnos se enterasen del tema. Y de este modo trabajaban a su ritmo, compartiendo dudas y haciendo las tareas de manera colaborativa. Me quedé pasmado de lo bien que funcionó todo. El único problema, si nos poemos a buscarlo, está en que de este modo los contenidos se cubren a toda prisa. ¡Los alumnos son mucho más rápidos que yo! Si repito esta manera de enseñar, cosa que seriamente me estoy planteando, me hará falta cambiar un poco mi enfoque para disponer de suficientes materiales disponibles...
¡Qué coincidencia tan curiosa! En un mismo día he vivido dos maneras completamente opuestas de entender el uso de los móviles en una clase. Decididamente, me quedo con la segunda experiencia, que me ha permitido vislumbrar lo que podría ser la educación si nos atrevemos a perder el miedo a la tecnología y sobre todo a la libertad de los alumnos y del profesor...

domingo, 6 de noviembre de 2016

Investigar y responder, mejor que escuchar y copiar

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El experimento de clase alternativa que tan buenos resultados me dio hace unos días con los alumnos de 4º de ESO me ha animado a continuar por esta senda extendiendo el mismo enfoque también a mis alumnos de 2º de bachillerato. Hacerlo en la asignatura de Historia de la Filosofía, sin embargo, me parecía demasiado arriesgado, puesto que esta materia tiene un peso académico muy importante, y aunque todavía estamos sumidos en la incertidumbre, parece muy probable que mis estudiantes tengan que examinarse de estos contenidos en un examen final de reválida que, aunque no tendrá este año efectos académicos para titular, sí que puede influir en su nota para el acceso a la universidad. Por eso me ha parecido mucho mejor probar este enfoque pedagógico con mis alumnos de psicología, ya que esta asignatura no está sujeta a las mismas restricciones que la Historia de la Filosofía.
Así, lanzándome sin red, a la hora de comenzar la segunda unidad del temario me decidí a dejar de hablar y a permitir que fueran los propios alumnos los que buscasen la información por su cuenta. De hecho, mis estudiantes disponen de muchas fuentes para trabajar los contenidos de cada unidad, porque además de unos apuntes fotocopiados que les he proporcionado, siempre cuentan con el apoyo de las presentaciones y los enlaces que dejo a su disposición en el blog http://psychocervantes.blogspot.com Por lo tanto, la apuesta era arriesgada, pero no tanto, ya que todos los estudiantes contaban con recursos bien estructurados para trabajar. En realidad, lo que he hecho ha sido sustituir mi clase tradicional, en la que me solía pasar la hora hablando y comentando mis propias presentaciones, por tres sesiones de trabajo en grupos cooperativos, que se han desarrollado en el aula de informática. Trabajando en equipo los alumnos tenían que responder las preguntas del cuestionario final del tema, para lo cual necesitaban leer los apuntes y consultar las presentaciones que yo les había dejado preparadas. Tengo que decir que el experimento ha salido magníficamente bien. No sé si será porque mis alumnos son especialmente serios, trabajadores y responsables, o si será porque esta manera de trabajar les estimula y les divierte más, pero lo cierto es que en el aula de informática he visto a todos los estudiantes activamente interesados en responder las cuestiones, preguntándome frecuentemente y trabajando con gran entusiasmo en la elaboración de sus respuestas. El hecho de que la materia se imparta en inglés añade, además, una dificultad adicional para aquellos alumnos que no dominan bien este idioma, lo cual ha servido por otra parte para que aprovechen los recursos que ofrece Internet a la hora de buscar las palabras adecuadas para expresar en inglés lo que querían decir.
El resultado está para mí cada vez más claro. Animar a los alumnos a investigar y a aprender por sí mismos, cuando la actividad está bien pensada y estructurada, rinde mucho más provecho que gastar el tiempo en hablar sin medida mientras los aburridos estudiantes escuchan y copian. Ahora el reto consiste en extender esta forma de trabajar para que lo que he puesto en marcha no sea únicamente una aventura puntual, sino que pase a ser mi manera habitual de hacer las cosas en el aula. ¿Tendré la fuerza, la confianza y la energía necesarias para lograrlo?