¡Cómo pasa el tiempo! Parece que fue hace dos días cuando estaba
en Valencia, descubriendo entusiasmado nuevas maneras de enseñar y
aprendiendo de mis extraordinarios compañeros todo lo que se puede
hacer en un aula cuando se dejan atrás el miedo, la rutina y la
impotencia. De aquel curso tan intenso me llevé unas enormes ganas
de poner en marcha lo aprendido, y una fuerza contagiosa que me
transmitieron los estupendos profesores y maestros que tuve la suerte
de conocer durante esa semana inolvidable. Tuve ocasión de aplicar
en la práctica este aprendizaje durante la segunda parte del curso,
que precisamente consistía en llevar a las aulas algo de lo que
habíamos visto en el curso presencial. Durante los últimos dos
meses he estado cambiando mi manera de enseñar, y aunque he tenido
mis dudas y mis altibajos, mis contratiempos y mis pequeños
sinsabores, creo que el balance global es enormemente positivo, como
recoge el documento con mis conclusiones finales, que es el que
enviado a los evaluadores del curso.
Quisiera llevarme de esta fase práctica del curso las ganas de
continuar avanzando para consolidar todos estos cambios y para
incorporarlos definitivamente a mi manera de ser profesor.
Definitivamente, esta forma de estar con mis alumnos me hace sentirme
mucho mejor, disfrutando más de mi trabajo y viviendo una forma de
libertad – para mí y para mis alumnos – que antes no podía ni
imaginarme. Todo tiene, claro está, sus ventajas y sus
inconvenientes, y no es todo tan fácil como puede parecer al leer
estas líneas, ni mucho menos. Pero creo que el primer paso, que es
el más difícil, ya está dado. Ahora sólo me queda continuar por
este mismo sendero, a mi ritmo pero sin perder el rumbo. Haciendo
camino mientras se anda, que no sólo es la única manera de avanzar,
sino que además es la más auténtica.
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