
Parece mentira, pero después de casi veinte años dedicándome a la educación, y tras cuatro cursos seguidos trabajando en el mismo sitio todavía siento la inquietud y el desasosiego de un primerizo cuando me enfrento a mi primer día de clase. Supongo, sin embargo, que eso no debe ser fácil de percibir desde fuera. Los años de experiencia me han enseñado a dominar los nervios que todos sentimos en esa clase inicial y la extraña sensación del reencuentro con las aulas después de un largo periodo de descanso y desconexión. Pero este entrenamiento en mostrar una apariencia serena, como la de quien controla la situación y está por encima de ese desasosiego, no puede ocultar el alboroto y el pálpito interior que me conmueven cuando miro, en este día de septiembre que inaugura nuestro curso escolar, las ilusionadas caras de los que van a ser mis alumnos durante todo un año.
No se trata, en realidad, de desconocidos. A muchos de estos alumnos ya los conozco porque fui su profesor en años anteriores. ¡Y qué alegría me produce encontrarme, cuando los miro cara a cara, con su sonrisa y con la chispeante ilusión de su alegre, desbordante juventud! Es tan hermoso, además, ver cómo esos niños a los que di clase hace unos años se han convertido en jóvenes llenos de vida que parecen dispuestos a comerse el mundo a dentelladas. ¿Sabré yo alimentar ese voraz apetito de aprender, de cultivar el entusiasmo, de abrir caminos y explorar posibilidades?
Por sus miradas y por sus palabras, me parece adivinar que al menos eso es lo que ellos esperan de mí. Porque hoy, mis alumnos me han regalado el don más precioso que puede recibir un profesor. En sus ojos, en su alegría y en sus palabras he encontrado el cariño, el reconocimiento y la aceptación de quienes experimentan con sincera alegría la ocasión de volver a tenerme como profesor durante unos cuantos meses. ¿Qué más puede esperar alguien que se dedica a enseñar, que este enorme abrazo que me envuelve el corazón? ¡Gracias a todos vosotros por ese inmenso premio! Por mi parte, sólo puedo devolverles el regalo comprometiéndome este año a hacer todo lo posible para estar a la altura de vuestras expectativas y de vuestro cariño. ¡Ojalá las fuerzas y el entusiasmo me acompañen durante el camino!
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