Llevo
casi veinte años trabajando en el mundo de la educación, y si tengo
que ser sincero me parece que con unos resultados bastante buenos.
¿Por qué, entonces, esa idea de cambiar? Si todo funciona bien, si
los alumnos aprenden y superan sus exámenes, si mis clases ya están
preparadas y estructuradas, si mis compañeros me respetan y me
valoran, ¿de dónde sale ese impulso por modificar mi manera de
enseñar?
Posiblemente,
el auténtico motivo del cambio sea mi sentimiento de insatisfacción.
Es verdad que en mi trabajo las cosas salen bien, pero también es
cierto que a menudo experimento una sensación de incomodidad con mi
manera de enseñar. Pero posiblemente esta vaga impresión no habría
sido capaz, por sí sola, de moverme a cambiar toda mi manera de
vivir la educación. Lo que ha reforzado mi inquietud y lo que me ha
movido a reflexionar más a fondo ha sido la oportunidad que he
tenido de conocer de cerca otras maneras de enseñar y de aprender.
Como profesor he tenido la rara y afortunada ocasión de visitar
diversos países para conocer de primera mano cómo los docentes
imparten sus clases en otros sistemas educativos. No resulta nada
común este privilegio de poder observar en persona cómo se comporta
ante sus alumnos un profesor finlandés, estadounidense, inglés o
danés en una sesión real de clase. Y para mí ha sido toda una
experiencia, al mismo tiempo deslumbrante y profundamente
perturbadora. Porque una clase en Inglaterra o en Dinamarca no tiene
nada que ver con una clase como las que yo, siendo estudiante en
España, recibí, o como las que yo, siendo profesor, suelo impartir.
En estos países resultaría escandaloso que el profesor se pasase,
como yo a menudo hago, una hora entera hablando mientras los alumnos
toman notas. Por el contrario, lo que hace el profesor es estimular a
los alumnos para que interactúen, exploren, discutan, descubran,
escriban, se muevan y aprendan por sí mismos todo lo posible. El
enfoque, en lugar de estar centrado en el profesor, está más bien
basado en el alumno, que se convierte así en el constructor de su
propio aprendizaje.
Después
de realizar innumerables cursos de formación para docentes, a estas
alturas dispongo de una enorme batería de recursos y de materiales
aplicables en este modelo constructivista de la
enseñanza-aprendizaje. También tengo bastante elaborada mi propia
reflexión personal sobre el tema, que me lleva a reconocer sin
reservas la indiscutible superioridad de este enfoque participativo y
dinámico de la educación si lo comparamos con el estilo rígido y
vertical al que yo estaba acostumbrado. Ejemplos de excelencia,
recursos materiales o buenas razones para el cambio no me faltan. Lo
que me falta es decisión. Porque cuando pienso en sustituir mi
antigua manera de enseñar por este estilo, para mí tan seductor
como novedoso, siento tanta incertidumbre y tanto miedo que hasta
ahora me ha resultado imposible poner en práctica en mis propias
clases todo lo que he aprendido. Sin embargo, creo que ahora ha
llegado el momento de cambiar.
Este
verano, estimulado por un programa muy atractivo, me animé a
participar en un curso de formación que se desarrollaba en Valencia
con un título verdaderamente prometedor. Se llamaba "Una
escuela para aprender a ser: coaching educativo y otras herramientas
para el cambio". En realidad, el mundo del coaching no me
resulta desconocido, puesto que he tenido la suerte de participar en
un excelente curso introductorio sobre el tema con Miriam Ortiz de
Zárate, una de las integrantes del equipo que lleva el Centro
de Estudios del Coaching. Este curso estimuló mi interés por
seguir aprendiendo, y también me llevó a pensar cómo el coaching
podría llevarse a la práctica en las aulas. Por eso el curso de
Valencia me atrajo enseguida. Pero el curso, además de sesiones
centradas en el coaching, también incluía otros muchos contenidos
fascinantes, desde la aplicación del mindfulness al aula hasta la
utilización de la práctica reflexiva para impulsar el cambio
educativo. Esta última parte me interesó especialmente, porque vi
en ella una ocasión excelente para lanzarme de una buena vez a
llevar a mis clases ese modelo educativo que tan bien conozco desde
el punto de vista teórico, pero que tanto me cuesta llevar a la
práctica. Aprovechando que el curso tiene una fase no presencial, en
la que es preciso llevar a cabo una aplicación a nuestra realidad de
lo que hemos aprendido, espero que esta sea la ocasión ideal para
emprender el camino. Este blog pretende ser, al mismo tiempo, un
diario de ese cambio y un registro que documente este proceso de
transformación en el que ahora me embarco. ¡Ojalá me sirva de
verdad para cambiar y convertirme en algo parecido al profesor que
verdaderamente quiero llegar a ser!

Pues adelante con el proyecto. Seguro q unos cuantos te vamos a copiar ideas y vamos a sentirnos contagiados por tus inmersiones de cambio.
ResponderEliminarÁnimo!!!