domingo, 11 de septiembre de 2016

¿Por qué cambiar?



Llevo casi veinte años trabajando en el mundo de la educación, y si tengo que ser sincero me parece que con unos resultados bastante buenos. ¿Por qué, entonces, esa idea de cambiar? Si todo funciona bien, si los alumnos aprenden y superan sus exámenes, si mis clases ya están preparadas y estructuradas, si mis compañeros me respetan y me valoran, ¿de dónde sale ese impulso por modificar mi manera de enseñar?
Posiblemente, el auténtico motivo del cambio sea mi sentimiento de insatisfacción. Es verdad que en mi trabajo las cosas salen bien, pero también es cierto que a menudo experimento una sensación de incomodidad con mi manera de enseñar. Pero posiblemente esta vaga impresión no habría sido capaz, por sí sola, de moverme a cambiar toda mi manera de vivir la educación. Lo que ha reforzado mi inquietud y lo que me ha movido a reflexionar más a fondo ha sido la oportunidad que he tenido de conocer de cerca otras maneras de enseñar y de aprender. Como profesor he tenido la rara y afortunada ocasión de visitar diversos países para conocer de primera mano cómo los docentes imparten sus clases en otros sistemas educativos. No resulta nada común este privilegio de poder observar en persona cómo se comporta ante sus alumnos un profesor finlandés, estadounidense, inglés o danés en una sesión real de clase. Y para mí ha sido toda una experiencia, al mismo tiempo deslumbrante y profundamente perturbadora. Porque una clase en Inglaterra o en Dinamarca no tiene nada que ver con una clase como las que yo, siendo estudiante en España, recibí, o como las que yo, siendo profesor, suelo impartir. En estos países resultaría escandaloso que el profesor se pasase, como yo a menudo hago, una hora entera hablando mientras los alumnos toman notas. Por el contrario, lo que hace el profesor es estimular a los alumnos para que interactúen, exploren, discutan, descubran, escriban, se muevan y aprendan por sí mismos todo lo posible. El enfoque, en lugar de estar centrado en el profesor, está más bien basado en el alumno, que se convierte así en el constructor de su propio aprendizaje.
Después de realizar innumerables cursos de formación para docentes, a estas alturas dispongo de una enorme batería de recursos y de materiales aplicables en este modelo constructivista de la enseñanza-aprendizaje. También tengo bastante elaborada mi propia reflexión personal sobre el tema, que me lleva a reconocer sin reservas la indiscutible superioridad de este enfoque participativo y dinámico de la educación si lo comparamos con el estilo rígido y vertical al que yo estaba acostumbrado. Ejemplos de excelencia, recursos materiales o buenas razones para el cambio no me faltan. Lo que me falta es decisión. Porque cuando pienso en sustituir mi antigua manera de enseñar por este estilo, para mí tan seductor como novedoso, siento tanta incertidumbre y tanto miedo que hasta ahora me ha resultado imposible poner en práctica en mis propias clases todo lo que he aprendido. Sin embargo, creo que ahora ha llegado el momento de cambiar.
Este verano, estimulado por un programa muy atractivo, me animé a participar en un curso de formación que se desarrollaba en Valencia con un título verdaderamente prometedor. Se llamaba "Una escuela para aprender a ser: coaching educativo y otras herramientas para el cambio".  En realidad, el mundo del coaching no me resulta desconocido, puesto que he tenido la suerte de participar en un excelente curso introductorio sobre el tema con Miriam Ortiz de Zárate, una de las integrantes del equipo que lleva el Centro de Estudios del Coaching. Este curso estimuló mi interés por seguir aprendiendo, y también me llevó a pensar cómo el coaching podría llevarse a la práctica en las aulas. Por eso el curso de Valencia me atrajo enseguida. Pero el curso, además de sesiones centradas en el coaching, también incluía otros muchos contenidos fascinantes, desde la aplicación del mindfulness al aula hasta la utilización de la práctica reflexiva para impulsar el cambio educativo. Esta última parte me interesó especialmente, porque vi en ella una ocasión excelente para lanzarme de una buena vez a llevar a mis clases ese modelo educativo que tan bien conozco desde el punto de vista teórico, pero que tanto me cuesta llevar a la práctica. Aprovechando que el curso tiene una fase no presencial, en la que es preciso llevar a cabo una aplicación a nuestra realidad de lo que hemos aprendido, espero que esta sea la ocasión ideal para emprender el camino. Este blog pretende ser, al mismo tiempo, un diario de ese cambio y un registro que documente este proceso de transformación en el que ahora me embarco. ¡Ojalá me sirva de verdad para cambiar y convertirme en algo parecido al profesor que verdaderamente quiero llegar a ser!

1 comentario:

  1. Pues adelante con el proyecto. Seguro q unos cuantos te vamos a copiar ideas y vamos a sentirnos contagiados por tus inmersiones de cambio.
    Ánimo!!!

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