miércoles, 21 de septiembre de 2016

No todo es siempre color de rosa




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No sé cuál será la impresión que este blog pueda producir a quien, por azar o por curiosidad, haya leído mis reflexiones y comentarios, pero después de pensarlo un poco me parece que el tono general es sumamente optimista. Hoy, sin embargo, me gustaría dar una visión algo distinta, que acercando mis propósitos a la cruda realidad que un profesor de a pie ha de vivir cada día en las aulas pueda al mismo tiempo servir de crítica hacia un sistema sobrecargado y de contrapunto a los buenos propósitos que demasiado a menudo pecan de excesivamente ingenuos.

Para explicar con algo más de claridad lo que quiero decir no se me ocurre mejor ejemplo que ese juego de malabares que algunos llaman "los platos chinos". Este asombroso ejercicio de destreza consiste en mantener moviéndose al mismo tiempo un montón de platos que giran sobre unas varillas, sin que ninguno de ellos caiga al suelo. Como profesor de secundaria, confieso que a menudo me siento igual que ese pobre malabarista a quien, pese a no tener ni un momento de respiro, están a punto de caérsele al suelo sus platos.

Quienes nos dedicamos profesionalmente a la enseñanza sabemos que este es un trabajo exigente, intenso y a menudo agotador. Somos conscientes de que la preparación de las clases, la corrección de exámenes, la atención individualizada a los alumnos y la intervención en casos específicos requiere tiempo, energía, formación, paciencia y mucho amor. Esto forma parte de nuestras condiciones laborales, que incluyen un buen número de horas de trabajo más allá de las clases que impartimos en las aulas. Pero desde hace unos años, al menos en la Comunidad de Madrid, la presión ha aumentado hasta hacerse casi insoportable. Actualmente, un profesor de secundaria que trabaje en Madrid tiene que impartir 20 horas lectivas semanales, con grupos que a menudo superan la ratio legal y que en ocasiones incluyen alumnos con necesidades educativas especiales, sin apenas recursos de apoyo o desdoble, y a los que hay que sumar tareas de gran compromiso personal como el desempeño de la tutoría o la jefatura de un departamento didáctico. Si además se da la circunstancia de que las asignaturas que imparte el profesor son de 1 o 2 horas semanales, como es mi caso, puede ser que el profesor tenga que ocuparse de 10 o 12 grupos diferentes, lo cual puede suponer dar clase a a más de 200 alumnos distintos. A esto hay que sumar las reuniones de coordinación, los trámites burocráticos que tienden a multiplicarse, y la necesidad de cooperar, en un ambiente no siempre fácil, con los compañeros y los miembros del equipo directivo.

Sé que todo esto no puede ser una excusa para acomodarme en la rutina o para resistirme al cambio metodológico que quiero poner en práctica. Tampoco quisiera que se convirtiera en un argumento para la resistencia o para el lamento. Simplemente quería dejar constancia de que para que mis buenos propósitos se conviertan en realidad es necesario tener en cuenta la verdadera situación de partida en la que me encuentro. Este año me corresponde impartir clase de seis asignaturas diferentes y se me han asignado más de 220 alumnos distintos. En estas condiciones, algo tan importante y tan elemental como llamar a cada estudiante por su nombre requiere del profesor un esfuerzo de memoria casi sobrehumano. Por todas estas razones, los últimos días, que han estado llenos de ilusión y de entusiasmo, también han sido para mí unas jornadas larguísimas, estresantes y agotadoras. No he parado de trabajar ni un momento, y eso que el curso no ha hecho más que empezar.

Como todos los años, confío en que este angustioso síndrome de los "platos chinos" sea solo un episodio temporal, circunscrito al turbulento inicio del año escolar. Pero creo que cualquier proceso de cambio también tiene que contar con esta realidad, que está ahí y que forma parte, aunque no nos guste, de nuestro trabajo como profesores. El reto, creo yo, está en aprender a vivir estas dificultades desde otro sitio, sin perder mi centro, recordando en todo momento qué es lo verdaderamente importante para que el árbol no me impida ver el bosque. ¿Seré capaz de hacerlo, aunque los platos amenacen con caerse de un momento a otro?

1 comentario:

  1. Sí te das cuenta en la foto q has puesto la artista sonríe y muestra serenidad. Se diría por tanto que hay que ensayar mucho tal vez y también q se puede conseguir ;)

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