jueves, 17 de noviembre de 2016

Balance (provisional) de una apasionante experiencia

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¡Cómo pasa el tiempo! Parece que fue hace dos días cuando estaba en Valencia, descubriendo entusiasmado nuevas maneras de enseñar y aprendiendo de mis extraordinarios compañeros todo lo que se puede hacer en un aula cuando se dejan atrás el miedo, la rutina y la impotencia. De aquel curso tan intenso me llevé unas enormes ganas de poner en marcha lo aprendido, y una fuerza contagiosa que me transmitieron los estupendos profesores y maestros que tuve la suerte de conocer durante esa semana inolvidable. Tuve ocasión de aplicar en la práctica este aprendizaje durante la segunda parte del curso, que precisamente consistía en llevar a las aulas algo de lo que habíamos visto en el curso presencial. Durante los últimos dos meses he estado cambiando mi manera de enseñar, y aunque he tenido mis dudas y mis altibajos, mis contratiempos y mis pequeños sinsabores, creo que el balance global es enormemente positivo, como recoge el documento con mis conclusiones finales, que es el que enviado a los evaluadores del curso.

Quisiera llevarme de esta fase práctica del curso las ganas de continuar avanzando para consolidar todos estos cambios y para incorporarlos definitivamente a mi manera de ser profesor. Definitivamente, esta forma de estar con mis alumnos me hace sentirme mucho mejor, disfrutando más de mi trabajo y viviendo una forma de libertad – para mí y para mis alumnos – que antes no podía ni imaginarme. Todo tiene, claro está, sus ventajas y sus inconvenientes, y no es todo tan fácil como puede parecer al leer estas líneas, ni mucho menos. Pero creo que el primer paso, que es el más difícil, ya está dado. Ahora sólo me queda continuar por este mismo sendero, a mi ritmo pero sin perder el rumbo. Haciendo camino mientras se anda, que no sólo es la única manera de avanzar, sino que además es la más auténtica.

sábado, 12 de noviembre de 2016

Herramienta de instrucción masiva


¡Qué experiencia tan curiosa! El otro día viví en mi centro educativo dos maneras completamente opuestas de entender el uso de las nuevas tecnologías en la enseñanza. La primera me la encontraé a primera hora de la mañana, cuando casualmente escuché cómo dos profesoras comentaban con gran preocupación un incidente que había sucedido con una alumna. Al parecer la chica había usado su móvil en el instituto, cosa que según el reglamento de régimen interior está prohibida. El caso es que finalmente y sin saber muy bien cómo, el teléfono desapareció, con lo que se armó un buen jaleo intentando encontrar al presunto responsable de lo que parecía ser un robo. La solución para evitar este tipo de problemas, según estas dos profesoras, estaba bien clara. Lo que hay que hacer, en su opinión, es prohibir totalmente el uso de estos aparatos infernales en un centro educativo, puesto que únicamente dan problemas y generan conflictos. Si hay una urgencia, los padres pueden localizar a los alumnos llamando al teléfono del instituto, de modo que el teléfono es innecesario. Por otra parte, cuando los alumnos llevan el teléfono a lase lo que consiguen es distraerse y despistarse, puesto que pasan el tiempo preocupados por mirar el correo y el What's App en vez de atender al profesor. La cosa está bien clara: el teléfono es enemigo de la enseñanza. En las aulas lo que hay que hacer es estar bien calladito escuchando las explicaciones y usando lápiz y papel, como se ha hecho durante toda la vida.
Tal vez se trate de una visión algo extrema, pero desde luego está bastante generalizada. Lo curioso del caso es que esa misma mañana, apenas una hora después, cuando iba a entrar en mi clase de valores éticos para explicarles a mis alumnos la ética de Kant, el coordinador TIC me abordó en el pasillo para pedirme un favor. En el aula donde yo tenía que dar mi clase se acababa de instalar un nuevo punto de acceso WiFi y él quería comprobar si la conexión funcionaba adecuadamente. Para ello hacía falta que los alumnos se conectasen con sus móviles a Internet, lo cual requería darles la contraseña de acceso a la red WiFi del centro. Cuantos más alumnos se pudieran conectar, mejor, puesto que de lo que se trataba era de comprobar si la conexión soportaba un gran flujo de datos sin saturarse. Menudo papelón, pensé yo, ¿y ahora qué hago?
Supongo que en una situación como esta es cuando hace falta ser flexible y tener capacidad de reacción. Esta vez, afortunadamente, logré superar el reto. En vez de explicar yo mi lección, pensé, tal vez podría pedir a los alumnos que la consulten en Internet usando sus móviles. En realidad, toda la explicación está a disposición de los alumnos en un enlace de mi blog. Así que les pedí que usando su móvil leyeran mi presentación sobre la ética de Kant, y que trabajando por parejas respondieran a la actividad final que aparece en la última diapositiva. Confieso que no era ese el plan que tenía inicialmente previsto para mi clase, pero he de decir que funcionó estupendamente. Ni que decir tiene que cuando dijimos a los alumnos que sacaran los móviles hubo un clamor de entusiasmo en la clase. Pero mis más espantosos temores, que tenían que ver con el uso que pudieran hacer de la conexión a Internet, no tenían realmente fundamento. Resulta que los alumnos estuvieron trabajando estupendamente. Mi explicación magistral, lenta y aburrida, está claro que era innecesaria. La presentación y los apuntes que están en mi blog eran más que suficientes para que los alumnos se enterasen del tema. Y de este modo trabajaban a su ritmo, compartiendo dudas y haciendo las tareas de manera colaborativa. Me quedé pasmado de lo bien que funcionó todo. El único problema, si nos poemos a buscarlo, está en que de este modo los contenidos se cubren a toda prisa. ¡Los alumnos son mucho más rápidos que yo! Si repito esta manera de enseñar, cosa que seriamente me estoy planteando, me hará falta cambiar un poco mi enfoque para disponer de suficientes materiales disponibles...
¡Qué coincidencia tan curiosa! En un mismo día he vivido dos maneras completamente opuestas de entender el uso de los móviles en una clase. Decididamente, me quedo con la segunda experiencia, que me ha permitido vislumbrar lo que podría ser la educación si nos atrevemos a perder el miedo a la tecnología y sobre todo a la libertad de los alumnos y del profesor...

domingo, 6 de noviembre de 2016

Investigar y responder, mejor que escuchar y copiar

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El experimento de clase alternativa que tan buenos resultados me dio hace unos días con los alumnos de 4º de ESO me ha animado a continuar por esta senda extendiendo el mismo enfoque también a mis alumnos de 2º de bachillerato. Hacerlo en la asignatura de Historia de la Filosofía, sin embargo, me parecía demasiado arriesgado, puesto que esta materia tiene un peso académico muy importante, y aunque todavía estamos sumidos en la incertidumbre, parece muy probable que mis estudiantes tengan que examinarse de estos contenidos en un examen final de reválida que, aunque no tendrá este año efectos académicos para titular, sí que puede influir en su nota para el acceso a la universidad. Por eso me ha parecido mucho mejor probar este enfoque pedagógico con mis alumnos de psicología, ya que esta asignatura no está sujeta a las mismas restricciones que la Historia de la Filosofía.
Así, lanzándome sin red, a la hora de comenzar la segunda unidad del temario me decidí a dejar de hablar y a permitir que fueran los propios alumnos los que buscasen la información por su cuenta. De hecho, mis estudiantes disponen de muchas fuentes para trabajar los contenidos de cada unidad, porque además de unos apuntes fotocopiados que les he proporcionado, siempre cuentan con el apoyo de las presentaciones y los enlaces que dejo a su disposición en el blog http://psychocervantes.blogspot.com Por lo tanto, la apuesta era arriesgada, pero no tanto, ya que todos los estudiantes contaban con recursos bien estructurados para trabajar. En realidad, lo que he hecho ha sido sustituir mi clase tradicional, en la que me solía pasar la hora hablando y comentando mis propias presentaciones, por tres sesiones de trabajo en grupos cooperativos, que se han desarrollado en el aula de informática. Trabajando en equipo los alumnos tenían que responder las preguntas del cuestionario final del tema, para lo cual necesitaban leer los apuntes y consultar las presentaciones que yo les había dejado preparadas. Tengo que decir que el experimento ha salido magníficamente bien. No sé si será porque mis alumnos son especialmente serios, trabajadores y responsables, o si será porque esta manera de trabajar les estimula y les divierte más, pero lo cierto es que en el aula de informática he visto a todos los estudiantes activamente interesados en responder las cuestiones, preguntándome frecuentemente y trabajando con gran entusiasmo en la elaboración de sus respuestas. El hecho de que la materia se imparta en inglés añade, además, una dificultad adicional para aquellos alumnos que no dominan bien este idioma, lo cual ha servido por otra parte para que aprovechen los recursos que ofrece Internet a la hora de buscar las palabras adecuadas para expresar en inglés lo que querían decir.
El resultado está para mí cada vez más claro. Animar a los alumnos a investigar y a aprender por sí mismos, cuando la actividad está bien pensada y estructurada, rinde mucho más provecho que gastar el tiempo en hablar sin medida mientras los aburridos estudiantes escuchan y copian. Ahora el reto consiste en extender esta forma de trabajar para que lo que he puesto en marcha no sea únicamente una aventura puntual, sino que pase a ser mi manera habitual de hacer las cosas en el aula. ¿Tendré la fuerza, la confianza y la energía necesarias para lograrlo?

martes, 25 de octubre de 2016

Una clase exitosa


A veces las cosas salen de maravilla cuando menos te lo esperas, como me ha sucedido esta mañana con mis alumnos de 4º de ESO. En nuestra clase de Valores Éticos estamos estudiando un tema bastante complicado. Se trata de la muy abstracta diferencia que hay entre las éticas materiales y las éticas formales, algo que es esencial que los alumnos comprendan antes de introducir las ideas básicas de la ética kantiana. 

Dejando a un lado la más que cuestionable conveniencia de que los alumnos de 16 años tengan que comprender el significado del imperativo categórico, el problema que siempre se me ha planteado en estos casos es el de cómo enfocar una clase tan complicada. Habitualmente, lo que yo solía hacer era comenzar revisando las propuestas éticas de Epicuro, Aristóteles y J.S.Mill, para que los alumnos comprendan que todos estos filósofos suponían que la moral debe estar guiada por la búsqueda de un objetivo concreto (que se corresponde con el placer, la felicidad o la utilidad, respectivamente). Así, una vez entendido el planteamiento de estas éticas de fines, me parece más fácil que los alumnos comprendan la radical novedad de la ética de Kant, que en lugar de decirnos qué es lo que debemos hacer lo que nos propone es únicamente un procedimiento formal para que nosotros elaboremos autónomamente nuestras propias normas éticas.

Complicado, ¿verdad? Pues sólo hay que imaginar el papelón que puede suponer explicar esto a una clase de 30 adolescentes en plena ebullición hormonal para darse cuenta del problema a que se enfrenta el profesor de ética. Sin embargo, esta vez, armado de mi entusiasmo por el cambio y mi decidida apuesta por hacer las cosas de otra manera, me he animado a probar algo bien sencillo. Antes de entrar en clase me he planteado una sencilla pregunta. ¿Por qué no hacerlo al revés? En vez de ser yo quien se lo cuente, ¿por qué no les pido a ellos que lo descubran? En realidad, de eso se trata después de todo, si es que este cambio metodológico no es mera palabrería.

Pues dicho y hecho. El aula de informática estaba libre, así que me he llevado allí a mis alumnos y les he dado unas instrucciones claras y precisas: "Tenéis una hora para buscar información sobre cuatro teorías éticas distintas, las de Epicuro, Aristóteles, J.S.Mill y Kant. De cada una de ellas tenéis que decirme únicamente cuál es la opinión de cada autor acerca del objetivo que debemos perseguir en nuestra vida, y cuál es el modo que cada uno de ellos nos propone para lograr esa meta. Al final de la clase me tendréis que entregar una tabla con lo que hayáis descubierto, que será evaluada con una nota. ¡Adelante!"

Fácil, ¿no? Pues además de ser sencillo y mucho más relajado para mí, resulta que ha sido mucho más efectivo y provechoso que impartir una aburrida clase magistral. ¡Fenómeno! Creo que estoy empezando a pillarle el tranquillo a esto del constructivismo. ¡Si al final va a tener razón aquel profe que nos sugiere eso de que lo hagan ellos...!

jueves, 20 de octubre de 2016

¿Corregir o no corregir?



Cualquier persona que haya trabajado como profesor ha tenido que enfrentarse al duro trance de corregir ejercicios, cuadernos, tareas y trabajos que realizan nuestros alumnos. Corregir exámenes, sin embargo, es una cosa bien distinta, algo así como otra dimensión del universo para el corrector. Cuando se corrigen exámenes, especialmente si son de una asignatura como la filosofía, el profesor debe estar dispuesto a invertir una buena dosis de energía, muchas horas de su tiempo y un considerable esfuerzo si quiere hacerlo de manera adecuada. Tal vez en el caso de las matemáticas o de la física la cosa pueda ser a veces distinta, pero cuando se trata de un examen de filosofía, a menudo el profesor se enfrenta a una lectura interminable de largos textos expositivos, en los que no siempre resulta fácil descifrar la letra o entender lo que el estudiante ha querido decir.

¿Cómo afrontar esta responsabilidad, de la cual en buena medida va a depender la nota final de nuestros alumnos? Conozco a compañeros que invierten tardes enteras en corregir exámenes con exquisito cuidado, a los que les angustia la posibilidad de estar calificando injustamente a sus alumnos, y que por esa misma razón revisan una y otra vez sus correcciones, para evitar todo posible agravio y para utilizar siempre el mismo criterio en las mismas situaciones. Conozco también a otros compañeros que son mucho más laxos y despreocupados, así como también conozco a algunos que prefieren reducir el número de pruebas escritas que realizan con sus alumnos para no tener que corregir tanto y poder así dedicar su tiempo libre a otras tareas más estimulantes. 

Yo, por mi parte, considero esencial ofrecer a los alumnos la oportunidad de realizar varias pruebas escritas distintas, para que de ese modo puedan aprender mediante la práctica cómo hacer estos exámenes con éxito. Esto me parece especialmente importante cuando los alumnos son de 2º de bachillerato, ya que muy posiblemente vayan a tener que enfrentarse a una prueba de estas características de la que dependerá su acceso a la universidad. Por eso siempre programo al menos dos exámenes por evaluación, para garantizar que todos ellos tienen la oportunidad de aprender de sus errores y entrenarse para superar sus exámenes finales. Sin embargo, la corrección de estos exámenes es para mí una dura prueba de resistencia, ya que en ellos además incluyo una gran cantidad de anotaciones para ayudar a que el alumno identifique sus errores y pueda así rectificarlos en ocasiones posteriores. No sólo dedico gran tiempo y esfuerzo a indicar cuáles son los fallos en los contenidos de mi materia, sino que además me preocupo de que mejoren su ortografía, su presentación y su expresión escrita, para lo cual empleo un bolígrafo de otro color con el que voy señalando todos los fallos estilísticos, gramaticales y ortográficos que han cometido. La nota final que doy al examen tiene en cuenta ambos factores, lo cual creo que ayuda mucho al alumno a mejorar a lo largo del curso, aunque indudablemente también supone para mí un esfuerzo extra como corrector.

El pasado lunes tuve mi primer examen del año con los alumnos de 2º de bachillerato. Llevo desde entonces utilizando todo mi tiempo libre en corregirlos, incluyendo los trayectos en transporte público hasta el trabajo, los recreos y las horas libres que tengo entre clase y clase. Hoy mismo, agobiado por la magnitud de la tarea que tenía aún pendiente, he preferido dedicarme a corregir y posponer mi sesión de coaching, que tenía programada a última hora de la mañana. Ha sido curioso y muy iluminador el comentario que me ha regalado mi coach cuando le he propuesto cancelar nuestra sesión de hoy. "Vaya", me ha dicho, "Resulta curioso que estés solicitando ayuda para apoyarte en un proceso de cambio metodológico, y que ahora estés tan preocupado por corregir tú mismo todos los exámenes. ¿Has pensado en la posibilidad de que sean los propios alumnos los que se encarguen de corregirlos?"

Como siempre me sucede con los comentarios de mi coach, esta sugerencia me ha dejado pensando durante un buen rato (aunque, eso sí, debo reconocer que sólo me he puesto verdaderamente a pensar cuando he terminado de corregir todos mis exámenes). Es muy cierto que mi tendencia como profesor es la de intentar controlar todo el proceso de enseñanza y aprendizaje, y que por eso me preocupo tanto de supervisar personalmente y con gran detalle lo que cada uno de mis alumnos ha escrito en su examen. Pero también es verdad que hay otras maneras de enfrentar la cuestión. En Inglaterra, por ejemplo, pude comprobar cuando estuve observando a los profesores en el aula cómo la coevaluación era una estrategia muy habitual, que se utiliza de manera sistemática, programada y consistente. Los alumnos, así, son los que, con ayuda de una guía, corrigen los exámenes de sus compañeros. Esto les convierte en expertos correctores, lo cual además de facilitar enormemente la tarea del profesor les ayuda a comprender cómo se debe responder un examen para obtener una buena nota. Yo este año, como parte de mi proyecto de renovación pedagógica, he empezado a utilizar la coevaluación, pero únicamente para corregir tareas sencillas que incluyen preguntas de opción múltiple, lo cual resulta mucho más fácil y rápido de supervisar que un largo examen de tipo expositivo.

¿Debería tal vez intentar aplicar la coevaluación también a los exámenes de filosofía en los que el alumno debe redactar de forma condensada el pensamiento de Platón? ¿Serían capaces mis alumnos de ponderar cuándo los contenidos merecen una buena nota y cuándo son inadecuados o inexactos? ¿Sabrían valorar correctamente los errores cometidos, incluyendo sugerencias para que no se vuelvan a producir? ¿Serían rigurosos en la supervisión de los fallos gramaticales y ortográficos? Y, lo que es más serio y comprometido, ¿debería yo transferir la responsabilidad de calificar a mis propios estudiantes? Veo muchos problemas prácticos en la aplicación de una idea como esta, porque yo mismo, que me considero un corrector experimentado, hábil, rápido y eficaz, invierto una enorme cantidad de tiempo y energía en leer y anotar los exámenes. ¿Tendría yo la confianza necesaria para poner esta responsabilidad en manos de mis alumnos? ¿Soy capaz de creer en ellos lo suficiente como para darles este poder? ¿Sería este un método fiable para prepararlos adecuadamente de cara a sus exámenes oficiales? ¿Habría alguna manera de hacer esto de forma controlada, para aprovechar las obvias ventajas de que sean los alumnos quienes corrijan, manteniendo al mismo tiempo el control y la supervisión que garantice la limpieza y validez de todo el proceso?

Tal vez la respuesta no sea tan complicada como me pueda parecer en un principio. Un compañero de mi departamento está utilizando este año una nueva herramienta online, llamada Kaizena, con la que, según me comenta, está logrando ahorrar mucho tiempo y esfuerzo en la corrección de los comentarios de texto que manda hacer a sus alumnos. La corrección de comentarios es también una de las bestias negras de los profesores de filosofía, porque responder de manera individualizada y concreta a lo que ha escrito cada alumno lleva una enorme cantidad de tiempo. Sin embargo, mi compañero ha encontrado la manera de hacer esto de forma rápida y eficaz, puesto que esta aplicación permite grabar mensajes de voz vinculados a fragmentos específicos del texto que ha enviado el alumno. Así, simplemente hablando, el profesor puede corregir mucho más deprisa, sin perder la inmediatez y las ventajas de la atención individualizada. ¿Será esta quizá la solución que podría servirme con mis alumnos de bachillerato?

domingo, 16 de octubre de 2016

¡Que lo hagan ellos!

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Cuando, a raíz de los cambios que estoy poniendo en marcha, me siento abrumado por las dudas y por la incertidumbre, siempre es útil, sano y positivo echar un vistazo a aquello que sí que funciona y resulta eficaz, agradable y positivo. Esto es justamente lo que me ha sucedido durante la última semana con mis alumnos de 4º de ESO, con quienes he trabajado de manera muy satisfactoria desde un enfoque horizontal, abierto y participativo que parece haber funcionado estupendamente.

Desde hace ya algún tiempo vengo poniendo en marcha, con mis clases de la ESO, iniciativas basadas en el trabajo en grupos cooperativos. A pesar de que cuento con muy poco tiempo (tan solo una o dos horas a la semana para mi asignatura), considero importante que los alumnos lleven a cabo, al menos una vez por trimestre, un trabajo en equipo. Este primer trimestre, con los alumnos de Valores Éticos de 4º de ESO, este trabajo está centrado en la globalización. La idea es que los alumnos aprendan qué es la globalización, y que sean capaces de identificar algunas de sus ventajas y desventajas para poder formarse una opinión propia que sea al mismo tiempo crítica y bien fundamentada.

Viendo las cosas con perspectiva, resulta para mí muy interesante y alentador comprobar los cambios que he ido introduciendo en mi manera de enseñar este tema. Hace algunos años yo trataba estas cuestiones, como tantas otras, explicando detalladamente el proceso de globalización económica, social y cultural. La clase que dedicaba a este asunto se basaba fundamentalmente en una exposición magistral, en la que solía utilizar mapas, gráficos, imágenes y textos para apoyar mi discurso. Durante una hora o dos, era yo el único que hablaba, mientras los alumnos se limitaban a escuchar o a tomar notas. 

Ahora, en cambio, hago las cosas de otra manera. Para que los alumnos lleguen a comprender lo que es la globalización me parece mucho más útil animarles a buscar las respuestas en Internet. Con la ayuda de una estupenda Webquest que ha elaborado un profesor canadiense, mis alumnos de 4º de la ESO han dedicado tres sesiones en el aula de informática a aprender por sí mismos, sin tener que escuchar mi aburrida explicación sobre este tema. 

Como dice Jim Smith, un conocido autor británico, tal vez la manera más útil y productiva de enseñar consiste en adoptar la estrategia del "profesor vago", que consiste en animar a los alumnos a que sean ellos mismos los que hagan las cosas. Por supuesto no se trata de que el profesor deje de trabajar, sino de que el marco pedagógico cambie para lograr que los estudiantes sean los propios protagonistas de su educación. Por lo que he visto estos días en mis clases, puedo asegurar que la cosa funciona y que mis alumnos han logrado así aprender mucho más de lo que habrían logrado con una clase magistral al estilo tradicional. ¡Espero recordarlo para me sirva de inspiración y de ánimo cuando las fuerzas me flaqueen! 

miércoles, 12 de octubre de 2016

Empatía aplicada

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Es sorprendente cómo la vida a veces nos da auténticas lecciones cuando uno menos se lo espera. A mí acaba de ocurrirme algo así, cuando de la manera más insospechada me he visto envuelto en un insospechado ejercicio de empatía aplicada. La sacudida ha sido fenomenal, pero me ha servido para aprender de forma muy clara los sentimientos y las emociones que algunos de mis alumnos pueden experimentar cuando yo mismo estoy delante de ellos impartiéndoles clase.

Para aclarar lo que ha ocurrido es preciso dar primero un pequeño rodeo. El centro educativo en el que yo doy clases es una institución algo peculiar, porque se organiza en tres turnos diferentes (mañana, tarde y noche), y porque dispone de dos edificios distintos. El hecho de que los alumnos de bachillerato reciban sus clases en el edificio más grande, antiguo, noble e impresionante, que cuenta además con protección oficial por su valor artístico e histórico, es de por sí un claro síntoma de la forma en que generalmente se entiende el proceso educativo en la cultura de nuestro centro. Pero esa es otra historia, a la que tal vez algún día me anime a dedicar una entrada en este blog. Lo que hoy quería contar es que el edificio secundario, al que también sintomáticamente denominamos "anexo" (como si simplemente fuera un añadido postizo de lo realmente importante, que son las clases de bachiller) no pertenece íntegramente a nuestro Instituto de Educación Secundaria, puesto que su uso lo compartimos con la Escuela Oficial de Idiomas del barrio. Por la mañana, en este edificio nosotros damos clase a los alumnos de ESO, mientras que por la tarde los profesores de idiomas dan clase de inglés, francés, alemán y español a quienes desean aprender otra lengua.

Aprovechando esta curiosa circunstancia, que pone tan cerca de nosotros la interesante oportunidad de aprender una lengua extranjera, hay varios profesores y muchos alumnos de nuestro instituto que se deciden a inscribirse en la Escuela de Idiomas. Siguiendo su ejemplo, este año también yo me he animado. Tengo la suerte de hablar inglés con fluidez y mucha soltura, lo cual me ha sido de gran utilidad porque me ha permitido obtener una plaza definitiva como profesor de filosofía en mi instituto, que es bilingüe. De no haber sido porque cuento con la habilitación para dar clases en inglés, posiblemente habría tenido que esperar treinta años para lograr un traslado a un centro educativo tan céntrico y atractivo como este en el que ahora estoy trabajando. Así que realmente aprender idiomas sí que puede servir, al fin y al cabo, para algo... Además, hablo francés a nivel medio y comprendo sin grandes dificultades el italiano y el portugués, lo cual me permite comunicarme a nivel básico y leer libros en estos dos idiomas. 

El alemán, en cambio, me parece una lengua mucho más difícil. Aunque estudié algo de alemán hace ya casi veinte años, y aunque a base de leer con atención los libretos de óperas y canciones alemanas he logrado adquirir un vocabulario básico, lo cierto es que mis conocimientos en esta lengua son muy limitados. Siempre he querido dominar el alemán, que me parece una lengua importantísima en la filosofía, la música y la literatura, así que este año me he liado la manta a la cabeza y me he inscrito en la Escuela de Idiomas que tengo tan cerca de mi trabajo. En el mes de junio tuve que hacer un examen para determinar mi nivel. Para mi sorpresa, me indicaron que debía matricularme en cuarto curso, que es el escalón educativo que conduce a la obtención de un certificado B1 en el marco europeo de las lenguas. Esto a mí me parece que está bastante por encima de mi dominio real del alemán, ya que me cuesta mucho encontrar las palabras adecuadas para expresarme en este idioma, sobre todo si lo comparo con mi dominio del inglés. Pero no soy yo el experto que debe determinar cuál es el grupo adecuado que me corresponde, así que tras superar mis dudas iniciales, entre orgulloso y asustado por haber sido considerado digno de tal honor, finalmente me decidí a matricularme en cuarto curso de alemán.

Pero nada me había preparado para la sorpresa inicial del primer día de clase. Sentado en medio de un grupo en el que yo no conocía a nadie y en el que no sabía muy bien qué esperar, me encontré de repente envuelto en una verdadera experiencia de inmersión lingüística para la que no estaba  en absoluto preparado. Después, pensándolo un poco, me ha parecido completamente normal que en un nivel como este todo el mundo, y sobre todo la profesora, deba hablar alemán y nada más que alemán en la clase. Pero mi escasa experiencia utilizando esta lengua, mi falta de vocabulario y mi inseguridad me hicieron sentir tremendamente incómodo, sobre todo al principio. También creo que tuvo mucho que ver el hecho de que nuestra profesora hable alemán a gran velocidad y empleando un volumen muy bajo, lo cual hace que todos los alumnos hayamos comenzado a disputarnos los asientos en primeras filas de la clase para poder entenderla algo mejor. Pese a todo, haciendo un gran esfuerzo de concentración, creo que logré comprenderla bastante bien, aunque eso no mitigó mi sensación de zozobra e inseguridad.

Y entonces fue cuando caí en la cuenta. Esta es, exactamente, la misma sensación que deben experimentar mis alumnos de la ESO cuando yo, que imparto clase íntegramente en inglés, me dirijo a ellos en el aula. Los rostros de desconcierto, de incomodidad, de vergüenza y de miedo que aprecio en muchos de ellos me parecían algo difícil de comprender. ¡Claro! El inglés que utilizo me parece tan básico, tan fácil de comprender, tan elemental, tan transparente... que parece mentira que haya alguien para quien resulte imposible de entender. A veces me olvido de que no todo el mundo tiene el mismo dominio de este idioma, que para ninguno de nosotros es una lengua materna. La transparencia y claridad que el inglés tiene para mí es sólo el efecto, logrado con mucho tiempo y esfuerzo, de mis largos años de práctica y aprendizaje, que la mayor parte de mis alumnos todavía no ha tenido ocasión de disfrutar. Enfrentarme a la dura experiencia de la inmersión en el alemán, aunque haya sido solo por una hora o dos, me ha permitido comprender la sensación de agobio asfixiante que puede suponer verse envuelto en un idioma que resulta difícil de comprender. ¡Y eso que yo sí que lograba entender algo! ¿Cómo se sentirán los alumnos que de verdad no entienden nada? ¿Soy consciente a diario de sus dificultades? ¿Los tengo en cuenta cuando doy mis clases? ¿Me acuerdo de verlos, uno a uno, en su incomparable individualidad, para atender sus dudas y para resolver sus problemas? ¿Me servirá esta experiencia tan curiosa, de empatía práctica por sorpresa, para ser más comprensivo, paciente y cuidadoso cuando yo doy mis propias clases en inglés?


lunes, 10 de octubre de 2016

Mis primeras dudas

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Ahora que llevamos casi un mes en marcha con este curso escolar, y después de haber empezado con tanto entusiasmo y tanta ilusión, creo que estoy empezando a sentir mis primeras dudas en el camino. Supongo que es algo normal, teniendo en cuenta la difícil apuesta que he hecho este año, pero aún así el tema me desasosiega más de lo que me gustaría. 

Para empezar, me siento muy cansado porque la preparación de todos los materiales y de las clases requiere una enorme inversión de tiempo y de energía que me hace llegar agotado al fin de semana. Tal vez, como muy acertadamente sugirió mi coach en nuestra primera sesión de la semana pasada, en todo este proceso esté manifestándose uno de los aspectos de mi lado más sombrío: el desmesurado afán de perfeccionismo que me lleva a tratar de tener todo bajo control. Al revisar el decálogo que escribí, me hizo notar algo que yo no había advertido y que es muy revelador. Justo al principio de mis diez puntos, en el primero, he empezado por utilizar dos veces la palabra "bien", un término difícil de definir porque es excesivamente abierto y subjetivo, y en el que además resuena una considerable carga de exigencia y de obligación. Es sintomático que justamente sea así como haya decidido comenzar mi lista de propósitos para este año. Aunque una dosis de estructura y organización es muy positiva, y yo creo que no podría vivir sin ella, el problema surge cuando esta necesidad de planificación se apodera de mi vida y de mi tiempo y amenaza con asfixiarme. Esto es lo que a veces he sentido en los últimos días, en los que incluso me costaba descansar bien por las noches porque mi mente seguía preocupada con las actividades y los ejercicios que tenía pendientes para mis clases. Esto no es nada sano, y no es el tipo de vida que deseo para mí, ni como profesor ni como persona. ¿Seré capaz de encontrar el equilibrio entre la confianza que me proporciona disponer de una estructura y la necesidad de disfrutar del descanso y la desconexión que tanta falta me hacen?

En segundo lugar, me preocupa cada vez más lo difícil que me está resultando aplicar este nuevo método abierto, participativo y constructivista en mis clases de bachillerato. Con los alumnos más pequeños todo va sobre ruedas, creo que de hecho las cosas van mucho mejor que el año pasado, cuando mi estilo era mucho más vertical y controlador. Sin embargo, en bachillerato las cosas son distintas. Aunque en teoría todo suena muy bonito, mi tendencia natural a acaparar la palabra y a tomar las riendas de la clase se agudiza cuando me enfrento a una clase de 30 alumnos con un nivel muy bajo de conocimientos en mi asignatura, y que se van a enfrentar a un examen externo de carácter básicamente memorístico. Aunque yo ya me había dado cuenta de esta deriva, la cosa quedó claramente en evidencia el otro día, cuando uno de mis mejores alumnos, brillante, participativo, crítico y muy inteligente me recordó que el primer día del curso yo había prometido hacer clases más participativas, pero que últimamente me pasaba el tiempo hablando sin apenas permitir a los alumnos intervenir con preguntas. Le di, por supuesto, la razón. Y no solo eso, sino que además pedí su ayuda para intentar encontrar un camino que nos permitiese conjugar un modelo participativo, abierto y horizontal con la necesidad de cubrir un temario que abarca 24 siglos y trata en profundidad a 12 autores distintos de enorme complejidad y densidad conceptual.

¿Cuál es la manera de abordar esta encrucijada? ¿Debería abandonar mis propósitos iniciales de abrir la clase a la participación de los alumnos, rechazándolos por ingenuos e impracticables en un curso como segundo de bachillerato? ¿Tendría que intentar poner en práctica la propuesta de la clase invertida o "Flipped classroom" para ver cómo funciona? ¿Y qué haría entonces con los alumnos que no disponen de libro o que no lo leen en casa antes de abordar los contenidos en el aula? El problema me resulta especialmente agobiante porque sé que con mi método tradicional los resultados académicos suelen ser muy positivos. ¿No estaré aventurándome en un terreno cenagoso simplemente para satisfacer a mi propio ego, que aspira a alcanzar cotas nunca vistas de excelencia y a convertirme en el mejor profesor del mundo? ¿No estaré tratando de encajar con calzador lo que es mi propia manera de ser profesor dentro un modelo que no es el mío? ¿No debería escuchar más a mi cuerpo, a mis emociones y sobre todo a mis alumnos sobre este asunto? Quizá esto mismo es lo que debería hacer, preguntarles cómo ven ellos el asunto para saber qué es lo que les parece mejor que hagamos en clase... O, como probablemente diría mi coach, no es que esto sea lo que debería hacer, sino que esto es lo que realmente quiero hacer... ¿Me atreveré a intentarlo?


viernes, 7 de octubre de 2016

Caminando acompañado

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Cuando uno emprende un viaje, sobre todo si éste va a ser largo y arriesgado, siempre es preferible hacerlo acompañado. Si la persona que está a nuestro lado no sólo camina a nuestro lado, sino que además nos proporciona guía, confianza y apoyo, entonces las cosas parecen mucho más asequibles y pierden parte de esa sombra amenazadora que siempre vemos en lo desconocido.

Eso es justamente lo que he tenido la suerte de encontrar en mi proceso de cambio, una persona en quien confiar y a quien poder recurrir en caso de necesidad si las cosas se complican. En esto consiste el coaching, que aunque pueda parecer tan sólo una moda o una tendencia pasajera, en realidad ofrece una vía muy eficaz y poderosa para emprender cambios y para apoyar los procesos de crecimiento personal. 

Complementar con la ayuda del coaching mi nueva manera de estar en el aula y de vivirme como profesor me ha parecido una buena forma de consolidar mis pequeños progresos. Tengo mucha suerte de haber encontrado a alguien que va a estar a mi lado y con quien puedo contar, que me escucha, que cree en mi capacidad para avanzar, que me acompaña en los éxitos y en los fracasos, que me ayuda a encontrar mis debilidades y a enfrentarme a ellas, y que siempre muestra la disposición necesaria para darle ánimo y aliento. 

Mi coach es, además, la orientadora de mi centro, y también mi amiga. Hace algún tiempo tuve ocasión de participar con ella en un intenso curso de formación que fue mi primer contacto con el mundo del coaching, y que resultó para mí un verdadero descubrimiento. Después ella actuó como mi coach durante algunos meses, lo cual me ayudó enormemente a ir encontrándome como persona y a ir acercándome al tipo de profesor que quiero ser. Ahora, aprovechando el empuje con el que quiero hacer realidad en el aula una nueva manera de enseñar y de aprender, estoy seguro de que su compañía y su apoyo me van a ser de gran ayuda.

Ayer tuvimos nuestra primera sesión, un encuentro en el que le expliqué dónde estoy y hacia dónde me quiero encaminar, y en el que ella me dio algunas orientaciones que me han hecho pensar mucho y que me han ayudado a descubrir cuánto me queda todavía por aprender. Ha sido sólo el primer paso de este camino en compañía, que sin duda me va a servir para ganar confianza en mis posibilidades de irme acercando a la meta.

miércoles, 5 de octubre de 2016

Una clase fenomenal

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Es curioso. Yo solía pensar que mi conexión con los alumnos era más fácil con los estudiantes mayores, por lo que habitualmente he preferido dar clases en Bachillerato, a jóvenes con edades entre 16 y 18 años. Mi impresión era que con los alumnos más pequeños, digamos de 12 o de 13 años, la relación me resultaba más difícil, porque muchos de ellos presentan rasgos aún muy infantiles, de gran dependencia y falta de autonomía, y porque les resulta más complicado desarrollar un pensamiento abstracto, que es esencial en clases donde se trata de asuntos filosóficos. 

Este año yo seguía pensando así, pese a que las circunstancias me han obligado a dar clase a un numeroso grupo de alumnos de la ESO. La LOMCE, que este año se ha implantado de forma definitiva en todos los cursos de la Educación Secundaria, ha introducido una nueva asignatura de Valores Éticos en la que se incluyen contenidos anteriormente cubiertos por la Educación para la Ciudadanía y por la Ética. Sin embargo, esta asignatura nueva es una optativa, que no todos los alumnos cursan, ya que deben elegir entre Valores Éticos o Religión. Esto significa que un alumno que prefiera estudiar Religión puede pasar toda su vida escolar sin haber oído hablar de la ética, de la Constitución Española o de los Derechos Humanos. Esto a mí me parece una insensatez y una irresponsabilidad, pero es que además a los profesores de filosofía nos complica enormemente la vida, ya que como únicamente hay unos pocos alumnos de religión en cada grupo a la hora de elaborar los horarios esto obliga a crear bandas horarias en las que simultáneamente se imparta Religión y Valores Éticos, cursados por varios grupos del mismo nivel. En la práctica esto significa que debe haber varios profesores de filosofía impartiendo la misma asignatura al mismo nivel y al mismo tiempo, lo cual nos fuerza a elegir muchos grupos y materias diferentes. Así no es posible que un profesor se encargue únicamente de los Valores Éticos de 1º de ESO, por ejemplo, ya que es preciso disponer de dos o de tres profesores que puedan dar esta misma clase a la vez. Como puede imaginarse, esto nos hace las cosas mucho más difíciles, multiplicando innecesariamente las materias que tenemos que preparar y obligándonos a tener un montón de alumnos de distintas edades.

Con este panorama yo estaba bastante descontento, ya que en general me solía sentir más cómodo con los alumnos mayores. Sin embargo, este nuevo modo de dar clase que estoy poniendo en práctica me tenía reservadas algunas sorpresas. Últimamente estoy sintiéndome muy cómodo con mis clases de la ESO, que están funcionando estupendamente desde que intento darles un enfoque más práctico, cercano y participativo. Hoy, por ejemplo, he dado una clase sobre las emociones que ha sido todo un éxito. Los alumnos han participado como actores, tratando de expresar con su rostro las distintas emociones humanas mientras sus compañeros trataban de adivinar cuál era el sentimiento de que se trataba. Esto nos ha divertido, nos ha entretenido y nos ha ayudado a entender de forma muy práctica y directa la dimensión emocional del ser humano. ¡Dar clase así es mucho más divertido, eficaz y satisfactorio que hacerlo con una charla magistral! No creo que pueda haber mejor refuerzo que este para mis no siempre fáciles intentos de poner en marcha un verdadero cambio metodológico...

martes, 4 de octubre de 2016

Practicando con las webquests


Entre las distintas estrategias que he probado durante los últimos años para acercarme a un modelo educativo más activo, constructivista y participativo me ha gustado especialmente el uso de las webquests. En concreto, las webquests me han servido para potenciar el trabajo en grupo, la cooperación entre alumnos, la enseñanza horizontal y la tutoría entre iguales. En general, este tipo de actividades me ha sido muy útil con mis alumnos de la ESO, en la asignatura de Valores Éticos, donde habitualmente suelo desarrollar un trabajo en grupo por trimestre. En una asignatura que únicamente cuenta con 1 o 2 horas semanales, esto puede ser todo un reto para el profesor, que puede dedicar un mes a trabajar en grupos cooperativos con los alumnos.

Para aclarar en qué consisten las webquests incluyo a continuación un par de ejemplos con algunas de las que yo he creado y que han tenido buen resultado en mis clases durante los últimos años.

Y aquí hay otra webquest creada por otro profesor, que voy a proponer a mis alumnos de 4 de ESO esta misma semana. Espero que les guste...
En general, los estudiantes encuentran muy motivadoras y atractivas este tipo de actividades, aunque lo cierto es que no todos se esfuerzan ni trabajan en grupo con el mismo empeño y aprovechamiento. Pero claro, tampoco todos los alumnos aprenden ni trabajan igual en un modelo pedagógico tradicional y transmisivo. En realidad,  creo que el punto que más complicado me resulta, y el que me gustaría mejorar este año, es el diseño de rúbricas adecuadas, eficaces y sencillas que puedan ayudarme a evaluar de manera objetiva y justa el trabajo de los alumnos. La rúbrica que he utilizado hasta ahora, aunque en teoría muy clara y efectiva, a mí me resulta en la práctica difícil de aplicar. ¿Será que no dedico el tiempo necesario a evaluar todos estos apartados, o quizá a mi inexperiencia en la utilización de este tipo de sistema? Sin duda también en este campo tengo mucho camino que recorrer, y creo que la mejor manera de hacerlo es llevando a la práctica este tipo de evaluaciones para ir gradualmente aprendiendo de mis aciertos y de mis errores. 

viernes, 30 de septiembre de 2016

¿Público o privado?

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Crear un blog para ayudarme a reflexionar y para documentar mi proceso de cambio metodológico es una cosa. Difundir mis reflexiones, mis éxitos y mis fracasos, mis dudas y mis zozobras, difundiendo estos contenidos y compartiéndolos con mis compañeros y amigos es otra bien distinta. Creo que aún me siento como un inseguro principiante en esta nueva manera de enseñar, y eso me produce gran inquietud y mucha vergüenza. Sin embargo, me he animado a pasar el enlace de este blog a algunos profesores y amigos, confiando en que esto me ayude a consolidar los pasos que voy dando y a encontrar apoyo y refuerzo por su parte. Sería estupendo que, además, estas personas en las que he confiado quisieran compartir conmigo sus comentarios y sugerencias para ayudarme a mejorar y para alimentar mi ilusión con nueva energía y con sus palabras de aliento. 

Cambiar no es fácil. Las costumbres arraigadas y las formas establecidas de hacer las cosas que nos han funcionado durante mucho tiempo tienen un gran peso que actúa como un obstáculo para la transformación. Pero atreverse a reconocer que el cambio produce desasosiego e incomodidad es aún más difícil, porque nos expone a la mirada de los otros y nos hace vulnerables. Sin embargo, algo muy importante que he aprendido últimamente es que reconocer nuestra vulnerabilidad, aunque doloroso y expuesto, es también una secreta fuente de fortaleza y de autenticidad. Ojalá esta franqueza me sirva para crecer y me dé la confianza que necesito para seguir adelante con mi viaje.

Quedaría, no obstante, el último y definitivo paso, el más comprometido, el que más miedo me provoca, que sería compartir este blog con mis propios alumnos. Creo que esto sería posible, al menos, con los más mayores, mis estudiantes de Bachillerato, que tienen la edad y la madurez necesaria como para comprender la importancia y el riesgo de un cambio de este calado. No obstante, aún me falta la decisión para atreverme a hacer algo tan comprometido. ¿Alguien me anima a intentarlo?

martes, 27 de septiembre de 2016

No es tan sencillo


Después de varios días tratando de poner en práctica en mis clases esta nueva manera de enseñar, creo que ya puedo decir que me he encontrado con las primeras dificultades. ¡Ya iba siendo hora! Tampoco se puede esperar que todo salga bien a la primera, claro está. El caso es que noto una gran diferencia entre las clases de Valores Éticos (para alumnos de entre 12 y 16 años) y las de Historia de la Filosofía, dirigidas a alumnos de 2º de Bachillerato. Por lo que he experimentado hasta ahora, me ha resultado mucho más fácil modificar mi manera de enseñar con los alumnos más pequeños, mientras que el cambio metodológico me resulta mucho más complicado con los estudiantes más mayores. En gran parte esto puede deberse al peso académico de la asignatura, mucho mayor en el caso de la Historia de la Filosofía que en la optativa de Valores Éticos. Pero también creo que tiene que ver con el complejo y extensísimo contenido expositivo de la Historia de la Filosofía en 2º de Bachillerato, que lleva a muchos profesores a convertir sus clases en densas e inacabables conferencias sobre los 12 autores del temario. 

Precisamente la idea de intentar el modelo de la "Flipped classroom", utilizando para ello el libro de texto que he escrito para esta asignatura, pretendía evitar ese enfoque transmisivo, aburrido y pesado que solía caracterizar mi manera de enseñar esta materia. Ahora que muchos de mis alumnos ya han adquirido el manual, me sorprende encontrar que aún siguen tomando apuntes de mis explicaciones en clase en lugar de subrayar o comentar el texto que tienen ante sus ojos. ¿Será que estoy haciendo algo mal? A lo mejor debería sustituir por completo mis explicaciones por una opción alternativa, como por ejemplo pidiéndoles a ellos que sean los que expliquen el tema a sus compañeros haciendo turnos y poniéndoles nota de acuerdo con su exposición. O tal vez sería bueno, como sugiere la orientadora, que yo me animase a grabar mis propias explicaciones en vídeo, para que los alumnos pudieran, al estilo americano, verlas en casa y aprovechar la clase para debatir o para hacer actividades. Sin embargo, siempre me queda la duda de si este enfoque estaría a la altura de las necesidades de unos alumnos que deben, con muy poco tiempo y mucha presión, prepararse adecuadamente para unos exámenes oficiales en los que se juegan su futuro académico en la universidad. Hasta ahora siempre me había limitado a hacer experimentos con gaseosa, dejando aparte las clases de 2º de Bachillerato por lo serio y comprometido que es este curso. ¿Será quizá este el momento para intentar ir un poco más allá, atreviéndome a probar con más audacia esta metodología  alternativa? ¿No encontraré resistencias por parte de los propios alumnos y de sus familias, que en el fondo lo que quieren es encontrar a un profesor "que explique bien" para entender los contenidos y memorizarlos de cara a sus exámenes? ¿Qué pensarán mis compañeros y mis superiores administrativos de todas estas innovaciones? Y sobre todo, ¿qué pienso yo mismo? ¿Estoy de verdad decidido a cambiar? ¿No seré yo mismo, con mis miedos y mis inseguridades, quien anda intentando sabotear el éxito de esta nueva forma de enseñar?


lunes, 26 de septiembre de 2016

Homenaje al flexo

Hace un par de días una gran amiga, con la que he compartido muchas conversaciones sobre la educación, después de echar un vistazo a este blog, me escribió sorprendida para comentarme que echaba en falta algo importante. Cuando he tratado de explicar los motivos que me han impulsado a cambiar mi manera de enseñar he hablado de mi insatisfacción en el aula, de mis viajes, de mis cursos y de mis reflexiones, pero no he hecho ninguna referencia al flexo, que tan destacado papel ha tenido en mi evolución personal de los últimos años. Creo que es de justicia que hoy me detenga un poco a explicar en qué consiste el flexo y cuánto le debo.

Creo que para entender lo que es el flexo lo mejor sería empezar por imaginarse a un grupo de profesores relativamente jóvenes, ilusionados con su trabajo, llenos de entusiasmo y de energía. Sin embargo, pese a sus mejores intenciones, las cosas no son fáciles para ellos, porque les ha tocado desempeñar su labor en  un centro educativo muy difícil, con alumnos de muy diversa procedencia étnica, entre los cuales hay algunos que desconocen el español, otros que rechazan por completo el sistema escolar y otros que manifiestan actitudes agresivas, desafiantes y a menudo violentas. Esta situación es especialmente complicada, porque estos profesores tienen la impresión de que el equipo directivo dista mucho de estar a la altura de las dificultades y los retos que plantea una escuela tan compleja. La falta de liderazgo, de trabajo en equipo y de directrices comunes obliga a cada profesor a buscarse la vida como buenamente puede, tratando de sobrevivir en un entorno hostil y agobiante que pesa como una losa sobre sus conciencias. La mayoría no tiene más opción que ponerse la armadura antes de entrar en el aula, confiando en que de algún modo el tiempo pase rápidamente y finalmente suene la campana antes de que suceda una catástrofe. A veces, cuando a última hora de un viernes el profesor sale de una clase especialmente difícil en la que ha tenido la impresión de no haber sido capaz de enseñar nada, todo el empuje y la ilusión con la que inició su vida laboral parecen venirse abajo. Lo único que perdura es un sentimiento de frustración sin límites, de impotencia, de futilidad y de vacío que se extiende como una sombra durante todo el fin de semana. A esta depresiva sensación se suma la triste convicción de no ser un buen profesor, de no estar sabiendo responder a las dificultades, de no estar capacitado para ayudar a estos alumnos difíciles, que son quienes más lo necesitan. 

En esos primeros años de mi vida profesional experimenté a menudo este doloroso sentimiento de fracaso, que era doblemente amargo porque la vergüenza me hacía incapaz de compartirlo con nadie más. Sentirse frustrado, inútil e impotente es terrible, pero es mucho más aterrador sentirlo a solas sin poder hablar de ello con los demás, que posiblemente también se sienten así. Efectivamente, no era yo el único que se sentía de ese modo. Un día, de la forma más casual e inesperada del mundo, un grupo de varios profesores nos encontramos, sin saber cómo, lamentándonos amargamente de nuestro dolor y de nuestra tristeza. De forma natural surgió la necesidad de vernos, de comentar cómo nos sentíamos, de arroparnos unos a otros en nuestro dolor, de imaginar entre todos una solución, de unirnos para intentar recuperar un pequeño atisbo de esperanza.

Así fue como empezamos a vernos, primero informalmente y luego de manera más estructurada, una vez al mes, para compartir nuestras reflexiones sobre la educación y para abrirnos a esos sentimientos y emociones que nos arrollaban. En el grupo pronto descubrimos tanto amor y tanta apertura que acabamos por llamarlo el flexo, ya que igual que esta familiar lámpara nuestras reuniones estaban llenas de luz. Sin embargo, el flexo también era un espacio de profundización en nuestros más oscuros y temibles rincones, en nuestros miedos profesionales y en nuestros bloqueos como personas. En cierto modo, era algo así como un grupo de terapia sin terapeuta y sin red, un lugar en el que muy a menudo podías acabar abriendo tus entrañas y exponiéndolas ante los demás, sin que nadie supiera muy bien cómo volver a colocarlas en su sitio para cerrar la herida. De hecho, después de mis reuniones del flexo yo a menudo regresaba a casa con mis heridas abiertas. Unas heridas, además, que tardaban días en dejar de sangrar. Es cierto, no obstante, que el flexo me ayudó mucho a reflexionar y a encontrarme, a comparar mi manera de entender la vida y la educación con la de personas muy diferentes a mí, a tomar decisiones importantes y a ser consciente del lugar que ocupo y del que quiero ocupar en el mundo de la enseñanza. Por todo ello creo, sin duda, que debo estarle muy agradecido. Sí, claro que el flexo también ha tenido mucho que ver en mi decisión de ponerme en marcha para cambiar mi manera de enseñar. ¡Gracias de corazón por recordármelo y por haber compartido conmigo todo este trecho del camino!

Pero creo que la mejor manera de entender cómo el flexo ha contribuido a hacer de mí la persona y el profesor que voy siendo es abrir una ventana a los textos que escribí para nuestras reuniones. He aquí unos cuantos que pueden servir de muestra...




viernes, 23 de septiembre de 2016

¡Manos a la obra!

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Parece increíble, pero finalmente he logrado llegar entero al final de mi primera semana de clase. Quienes nos dedicamos a la enseñanza sabemos que el arranque del curso escolar es siempre un momento difícil, pero si a esta circunstancia habitual se le suma el intento de cambiar la estrategia pedagógica y la forma de relacionarse con alumnos y profesores, el reto se convierte en algo casi sobrehumano. Cuando algún amigo que no se dedica a la educación me pregunta por los agobios y las angustias que suelo sufrir en los meses de septiembre y de junio, trato de explicarle lo que me sucede con un ejemplo de andar por casa que me parece muy clarificador. El curso escolar es, para mí, como un vuelo transoceánico. En una travesía como esa, los momentos más difíciles, cuando las cosas se complican y algo puede salir mal, son siempre el despegue y el aterrizaje. Más allá de estos dos momentos críticos,  la mayor parte del trayecto suele ser suave y regular, de manera que incluso se puede recurrir a utilizar el piloto automático. Pero esas dos etapas cruciales, el inicio y el final del curso, resultan siempre complicadas y están llenas de trabajo, de tensión y de retos no siempre fáciles de superar. 

En especial, el mes de septiembre es para mí especialmente exigente. La planificación de las clases, la preparación de material, el diseño del enfoque global que voy a dar al curso en mis asignaturas, el encuentro con más de doscientos alumnos que en ocasiones son completos desconocidos para mí, las prisas, los trámites burocráticos, las reuniones... hacen de este mes un verdadero maratón que pone a prueba mi resistencia física y psicológica. Después de mi primera semana, me parece que tengo razones para sentirme razonablemente satisfecho con este trabajo, puesto que he logrado comenzar a hacer las cosas de otra manera. Una manera que me hace sentir mucho más libre, más cómodo y más seguro en mis clases, y que me da la impresión de que motiva, engancha e interesa a los alumnos mucho más que antes. Una muestra de lo que hago puede verse en algunas de las presentaciones que he preparado para guiar mis clases en la asignatura de Valores Éticos, y que he puesto a disposición de los alumnos en los blogs que he creado para alojar los recursos y materiales de aula con ellos. ¡Espero que os gusten!



jueves, 22 de septiembre de 2016

Un regalo para compartir



¡Qué regalo tan fabuloso me han hecho mis alumnos de bachillerato! Cuando les pedí que escribiesen algo acerca de sus vidas, lo cierto es que no sabía si esa propuesta les iba a parecer inadecuada o excesiva. Lo que les sugerí es que intentasen responder a tres preguntas: 1) ¿De dónde vengo?, 2) ¿Dónde estoy?, 3) ¿Hacia dónde me encamino?, pero sin darles más precisiones de extensión, de formato o de orientación. Quería que fueran ellos quienes, libremente, decidieran pensar acerca de sí mismos para intentar encontrarse, en una etapa tan importante y tan conflictiva como la que están atravesando. Para animarles en este proceso de autorreflexión y de búsqueda, les aseguré que aparte de mí nadie iba a leer ese documento confidencial, y les prometí que yo también les contaría en la clase de dónde vengo, dónde creo estar y hacia dónde me encamino.

Esta promesa me ha dado la oportunidad de comentarles, cara a cara y sin miedo, el proyecto de cambio en el que estoy embarcado, y del cual ellos también son en cierto modo protagonistas, puesto que es a mis alumnos a los que principalmente va a afectar mi nuevo modo de enseñar. Así que, también por honestidad, pero sobre todo por confianza y por convicción, me he animado a compartir con ellos mis inquietudes, mis zozobras y mis proyectos como profesor. Hasta ahora yo no era partidario de exponer mis sentimientos y mis dudas ante mis alumnos. Durante mucho tiempo he pensado que un profesor no podía mostrar en público sus incertidumbres ni sus inseguridades, y que los sentimientos tormentosos o las emociones personales debían quedar aparcadas cuando el docente está en el aula. Creo ahora estar descubriendo que, al hacer eso, me estaba perdiendo una parte esencial de la educación, puesto que la conexión con el ser humano a quien trataba de enseñar se hacía mucho más fría y más lejana. Ahora, en cambio, me parece que abrir el corazón, mostrar tu vulnerabilidad, tu ilusión, tu miedo y tu esperanza es la mejor manera de acercarte al otro y de captar su empatía y su interés humano. De hecho, pocas veces he sentido un silencio tan profundo, tan respetuoso, tan atento y tan diáfano como cuando he contado esta mañana en clase cuál es mi trayectoria personal y hacia dónde quiero encaminarme.

Pero lo principal no es lo que yo pueda tener que contar a mis alumnos, sino más bien las extraordinarias historias que ellos me han regalado. Porque lo que me han entregado es un fabuloso tesoro, repleto de emoción, de proyectos, de energía y de horizontes abiertos. Late en esos textos toda la pasión de la juventud, toda la esperanza viva ante el futuro, toda la fe en la posibilidad de hacer realidad los sueños y cambiarlo todo. Cuando alguien como yo, con cuarenta y cuatro años, lee algo así, resulta inevitable sentirse conmovido. Desde luego, en las reflexiones de mis alumnos también palpita la confusión, la incertidumbre, la desorientación y el miedo ante lo desconocido. Pero estos sentimientos, tan comprensibles y naturales en un joven que se encuentra en el trance de definir su futuro académico y profesional, no empañan la profunda ilusión y la maravillada alegría de vivir que, como un torrente, desborda los márgenes del papel en el que escriben y de las aulas en las que estudian. Al leer sus palabras me he dado cuenta de cómo el tiempo y los desengaños me han vuelto más escéptico, más prudente, más conformista y más viejo. Escuchar sus historias y aprender de sus ilusiones me ha servido para recuperar una pizca de ilusión ante el futuro y para recordar que, aunque mis horizontes ya no parezcan estar tan despejados, siempre hay un mañana por escribir. Me sentiría orgulloso, feliz y agradecido si quienes han de hacer realidad nuestro futuro son personas tan llenas de empuje, entusiasmo, alegría e ilusión como estos alumnos a los que tengo el inmenso privilegio de tener en mi clase.

miércoles, 21 de septiembre de 2016

No todo es siempre color de rosa




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No sé cuál será la impresión que este blog pueda producir a quien, por azar o por curiosidad, haya leído mis reflexiones y comentarios, pero después de pensarlo un poco me parece que el tono general es sumamente optimista. Hoy, sin embargo, me gustaría dar una visión algo distinta, que acercando mis propósitos a la cruda realidad que un profesor de a pie ha de vivir cada día en las aulas pueda al mismo tiempo servir de crítica hacia un sistema sobrecargado y de contrapunto a los buenos propósitos que demasiado a menudo pecan de excesivamente ingenuos.

Para explicar con algo más de claridad lo que quiero decir no se me ocurre mejor ejemplo que ese juego de malabares que algunos llaman "los platos chinos". Este asombroso ejercicio de destreza consiste en mantener moviéndose al mismo tiempo un montón de platos que giran sobre unas varillas, sin que ninguno de ellos caiga al suelo. Como profesor de secundaria, confieso que a menudo me siento igual que ese pobre malabarista a quien, pese a no tener ni un momento de respiro, están a punto de caérsele al suelo sus platos.

Quienes nos dedicamos profesionalmente a la enseñanza sabemos que este es un trabajo exigente, intenso y a menudo agotador. Somos conscientes de que la preparación de las clases, la corrección de exámenes, la atención individualizada a los alumnos y la intervención en casos específicos requiere tiempo, energía, formación, paciencia y mucho amor. Esto forma parte de nuestras condiciones laborales, que incluyen un buen número de horas de trabajo más allá de las clases que impartimos en las aulas. Pero desde hace unos años, al menos en la Comunidad de Madrid, la presión ha aumentado hasta hacerse casi insoportable. Actualmente, un profesor de secundaria que trabaje en Madrid tiene que impartir 20 horas lectivas semanales, con grupos que a menudo superan la ratio legal y que en ocasiones incluyen alumnos con necesidades educativas especiales, sin apenas recursos de apoyo o desdoble, y a los que hay que sumar tareas de gran compromiso personal como el desempeño de la tutoría o la jefatura de un departamento didáctico. Si además se da la circunstancia de que las asignaturas que imparte el profesor son de 1 o 2 horas semanales, como es mi caso, puede ser que el profesor tenga que ocuparse de 10 o 12 grupos diferentes, lo cual puede suponer dar clase a a más de 200 alumnos distintos. A esto hay que sumar las reuniones de coordinación, los trámites burocráticos que tienden a multiplicarse, y la necesidad de cooperar, en un ambiente no siempre fácil, con los compañeros y los miembros del equipo directivo.

Sé que todo esto no puede ser una excusa para acomodarme en la rutina o para resistirme al cambio metodológico que quiero poner en práctica. Tampoco quisiera que se convirtiera en un argumento para la resistencia o para el lamento. Simplemente quería dejar constancia de que para que mis buenos propósitos se conviertan en realidad es necesario tener en cuenta la verdadera situación de partida en la que me encuentro. Este año me corresponde impartir clase de seis asignaturas diferentes y se me han asignado más de 220 alumnos distintos. En estas condiciones, algo tan importante y tan elemental como llamar a cada estudiante por su nombre requiere del profesor un esfuerzo de memoria casi sobrehumano. Por todas estas razones, los últimos días, que han estado llenos de ilusión y de entusiasmo, también han sido para mí unas jornadas larguísimas, estresantes y agotadoras. No he parado de trabajar ni un momento, y eso que el curso no ha hecho más que empezar.

Como todos los años, confío en que este angustioso síndrome de los "platos chinos" sea solo un episodio temporal, circunscrito al turbulento inicio del año escolar. Pero creo que cualquier proceso de cambio también tiene que contar con esta realidad, que está ahí y que forma parte, aunque no nos guste, de nuestro trabajo como profesores. El reto, creo yo, está en aprender a vivir estas dificultades desde otro sitio, sin perder mi centro, recordando en todo momento qué es lo verdaderamente importante para que el árbol no me impida ver el bosque. ¿Seré capaz de hacerlo, aunque los platos amenacen con caerse de un momento a otro?

martes, 20 de septiembre de 2016

¡Tengo un plan!

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¡Ya estoy manos a la obra! Como parte de las tareas del curso de formación que realicé este verano, he elaborado un plan de acción para el cambio metodológico. Siguiendo el método GROW que vimos en el curso, he tratado de precisar las diferentes acciones que podría llevar a cabo para modificar mi manera de enseñar. Este el proyecto concreto que espero ser capaz de desarrollar en las próximas semanas. ¡Espero que os guste!

lunes, 19 de septiembre de 2016

Corazones que abrazan

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Parece mentira, pero después de casi veinte años dedicándome a la educación, y tras cuatro cursos seguidos trabajando en el mismo sitio todavía siento la inquietud y el desasosiego de un primerizo cuando me enfrento a mi primer día de clase. Supongo, sin embargo, que eso no debe ser fácil de percibir desde fuera. Los años de experiencia me han enseñado a dominar los nervios que todos sentimos en esa clase inicial y la extraña sensación del reencuentro con las aulas después de un largo periodo de descanso y desconexión. Pero este entrenamiento en mostrar una apariencia serena, como la de quien controla la situación y está por encima de ese desasosiego, no puede ocultar el alboroto y el pálpito interior que me conmueven cuando miro, en este día de septiembre que inaugura nuestro curso escolar, las ilusionadas caras de los que van a ser mis alumnos durante todo un año. 

No se trata, en realidad, de desconocidos. A muchos de estos alumnos ya los conozco porque fui su profesor en años anteriores. ¡Y qué alegría me produce encontrarme, cuando los miro cara a cara, con su sonrisa y con la chispeante ilusión de su alegre, desbordante juventud! Es tan hermoso, además, ver cómo esos niños a los que di clase hace unos años se han convertido en jóvenes llenos de vida que parecen dispuestos a comerse el mundo a dentelladas. ¿Sabré yo alimentar ese voraz apetito de aprender, de cultivar el entusiasmo, de abrir caminos y explorar posibilidades? 

Por sus miradas y por sus palabras, me parece adivinar que al menos eso es lo que ellos esperan de mí. Porque hoy, mis alumnos me han regalado el don más precioso que puede recibir un profesor. En sus ojos, en su alegría y en sus palabras he encontrado el cariño, el reconocimiento y la aceptación de quienes experimentan con sincera alegría la ocasión de volver a tenerme como profesor durante unos cuantos meses. ¿Qué más puede esperar alguien que se dedica a enseñar, que este enorme abrazo que me envuelve el corazón? ¡Gracias a todos vosotros por ese inmenso premio! Por mi parte, sólo puedo devolverles el regalo comprometiéndome este año a hacer todo lo posible para estar a la altura de vuestras expectativas y de vuestro cariño. ¡Ojalá las fuerzas y el entusiasmo me acompañen durante el camino!


viernes, 16 de septiembre de 2016

Preparando mi primera clase

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¡Qué poco tiempo queda ya para empezar mi nuevo curso escolar! El próximo lunes comienzan las clases, esta vez de verdad, con todos mis grupos y mis alumnos. ¿Seré capaz, a la hora de la verdad, de sostener este empeño en cambiar mi manera de enseñar cuando aprieten las prisas y las obligaciones? ¿Perdurará en el tiempo mi entusiasmo y mi energía? Supongo que la única manera de saberlo consiste en intentarlo, así que de momento no me queda más que afirmar mi deseo y mi voluntad de encontrar una manera más auténtica, directa, motivadora y divertida de enseñar. ¡Espero que funcione!

Y como muestra de mi convicción, he aquí la primera clase que he preparado para los alumnos de 2º de Bachillerato. Teniendo en cuenta que este curso suele ser el más comprometido, por la presión de los exámenes, por la escasez de tiempo y por el nivel académico que exigen las clases, habitualmente me había negado a hacer experimentos con este tipo de alumnos. En otros años me he metido de lleno en el tema 1 desde la primera clase, dejando apenas tiempo para decir "Buenos días" y comenzando a dictar mi aburrida clase magistral sin parar. 

Pero este año veo la cosa de manera distinta. Para empezar, quiero dedicar mi primera clase a presentarme de manera directa, humana y cercana a mis alumnos. He preparado un documento, titulado "Mi vocación" en el que comparto con ellos quién soy, de dónde vengo, dónde estoy y hacia dónde quiero encaminarme. Mi intención es contárselo en mi primera sesión, antes de empezar con el temario. Y también me gustaría que ellos me lo contasen, escribiendo un breve relato en el que me digan quiénes son ellos, de dónde vienen, dónde se encuentran y a dónde quieren ir.

Y eso no es todo... Aprovechando la circunstancia de que soy autor de un manual de Historia de la Filosofía que vamos a usar como libro de texto, me gustaría también probar este año a invertir el funcionamiento de la clase, según proponen los defensores de la "Flipped classroom". Habitualmente se solía dedicar el tiempo de clase a una explicación magistral del profesor, mientras que se pedía a los alumnos que elaborasen tareas y ejercicios trabajando individualmente en sus casas. La idea de la clase invertida es justo la contraria. Se pide a los alumnos que en sus casas vean un vídeo previamente grabado por el profesor con la explicación, para aprovechar el tiempo de clase en otras actividades que requieren interacción e intervención del profesor. Se me ocurre que eta misma idea se puede hacer, de modo menos sofisticado, con un libro de texto, sobre todo si ese es mi propio libro, con las mismas explicaciones que yo daría en la clase. ¡Veremos si funciona esta idea!

miércoles, 14 de septiembre de 2016

Rompiendo el hielo


¡Ya me lancé! Hoy ha sido mi primer día de clase, y por fin he tenido ocasión de poner en práctica algunas de las ideas que durante tanto tiempo he ido recopilando. Se trataba, en realidad, de una clase "de mentirijillas" porque los alumnos, en mi centro educativo, no empiezan las clases de verdad hasta el próximo lunes. De todos modos, nos corresponde a los profesores estar con los alumnos en el aula durante una hora, y en ese tiempo se supone que se nos tiene que ocurrir algo que hacer con ellos, aunque en realidad no sepamos si van a ser verdaderamente estudiantes nuestros, porque aún no disponemos de horarios para este curso. Es, sin duda, una situación un poco extraña, pero a la vez una ocasión excelente para probar un estilo nuevo de enseñar. Así que, recurriendo a mi bien nutrido banco de actividades, he ido a clase con una lista de actividades de presentación que incluyen muchos de los ejercicios en los que yo mismo he participado como asistente a mis cursos de formación, confiando en que pudieran funcionar con alumnos de 12 y 13 años igual de bien que con docentes de 40 o 50.

Para empezar, con una clase de 1º de ESO formada por estudiantes recién llegados al instituto y a los que yo no había visto nunca antes, he llevado a cabo la actividad de presentación 3,2,1, inspirada en una tarea que hemos tenido que hacer los profesores participantes en el curso de coaching de la UIMP celebrado en Valencia el pasado verano. Los alumnos tenían que escribir en un papel 3 cosas que querían compartir con nosotros sobre su vida, 2 objetivos que se marcan para este curso escolar y 1 trabajo que les gustaría desempeñar en el futuro. Luego he lanzado una pelota a una persona para que nos lea lo que ha escrito. Ella, a su vez, ha pasado la pelota a otra... y así se nos ha ido la hora entera, en un ambiente muy positivo que ha permitido a los alumnos conocerse mejor desde el punto de vista humano y personal.

Pero cuando he intentado realizar esta misma actividad con alumnos de 2º de ESO, sorprendentemente, la cosa no ha funcionado bien. Muchos de estos alumnos, que ya se conocen entre sí y que ya llevan un año estudiando en nuestro centro, sentían vergüenza de compartir en público lo que habían escrito y han preferido no leerlo. Así que, aprovechando mi batería de recursos de emergencia, he pasado a una segunda actividad. Les he pedido que, trabajando por parejas, escriban las cinco características que, en su opinión, tendría una escuela ideal. Luego los alumnos podían ir al ordenador para escribir sus propuestas, que quedaban proyectadas en la pantalla. Cada una de sus sugerencias era votada, de manera que sólo hemos dejado en el documento final aquellas que contaban con más del 50% de apoyo por parte de la clase. Así, hemos finalmente elaborado una lista con los elementos que a los alumnos les parecen importantes en una escuela de calidad. Esta lista ha sido, para mí, una verdadera sorpresa. Para empezar, me ha permitido escuchar la opinión de los alumnos y conocerlos mejor, algo que con mi método habitual de enseñanza (vertical, transmisivo y muy directivo) no tenía nunca ocasión de hacer. Pero además me ha servido para comprobar que muchas de las propuestas que los alumnos defienden se corresponden punto por punto con las que defienden muchos profesores y expertos en educación, desde la idea de reducir los deberes (como proponen los teóricos de la "Flipped classroom") y dar más peso a la evaluación continua, hasta la propuesta de sustituir los pesados manuales escolares por libros digitales que pueden consultarse en una tableta. Así, gracias a esta sencilla actividad, hoy he comprobado que los alumnos tienen mucho que aportar y que yo, como profesor, tengo mucho que aprender de ellos.

Curiosamente, en sus sugerencias había muchas referencias a las instalaciones, pero ninguna a los profesores o a los alumnos. Así que yo les he propuesto que reflexionen acerca de cuáles son las cualidades que estiman en un docente o en un compañero, para incluirlas en la lista. Por último, ya casi al final de la hora, he pedido que los alumnos piensen en qué grado nuestra escuela real se adapta a esa lista de condiciones que tendría una escuela ideal. ¿En qué porcentaje cumple nuestro centro todos estas requerimientos? He pedido a los alumnos que levanten la mano si creen que nuestro instituto se acerca solo un 10% a la escuela ideal, luego que lo hagan los que piensan que se acerca un 20 %, y así sucesivamente. Las opiniones estaban muy divididas, pero la mayor parte de los votos recaían en el intervalo del 30 al 50 %, lo cual indica que, según la opinión del alumnado, nuestro centro tiene aún mucho que mejorar si quiere aproximarse a la escuela ideal con la que ellos sueñan.

martes, 13 de septiembre de 2016

Lo que he ido aprendiendo


En los últimos años he tenido la enorme fortuna de poder participar en un buen número de estupendos cursos sobre didáctica y metodología, que me han permitido conocer cómo funcionan otros sistemas educativos. Como un ejercicio de recopilación y memoria, quisiera aquí dejar constancia de mi trayectoria formativa, incluyendo también los enlaces a los materiales que fui elaborando en cada uno de ellos.

Mi primer viaje de estas características fue una visita de estudios a Finlandia a comienzos de mayo de 2009. En esa ocasión, diez profesionales de la educación procedentes de diversos países europeos tuvimos ocasión de visitar una escuela durante una semana, asistiendo a las clases de todos los grupos y niveles y compartiendo nuestro día a día con los profesores finlandeses. La foto que encabeza esta entrada muestra este grupo, junto a una de las escuelas que estuvimos visitando. En este tiempo pudimos comprobar cuál es el secreto de la educación en Finlandia, algo que traté de explicar a mi regreso con esta presentación. El completo informe final de nuestra visita ofrece muchos datos interesantes sobre el éxito finlandés y puede servir de estímulo para analizar las virtudes y los defectos de nuestro sistema educativo en comparación.

En el verano de ese mismo año 2009 participé en un programa de inmersión lingüística y formación pedagógica de cuatro semanas que tuvo lugar en Boston, formando parte de un nutrido grupo de profesores españoles. Los docentes estadounidenses nos mostraron cómo funciona su sistema educativo y nos explicaron en detalle cuáles son las técnicas pedagógicas que allí se utilizan. La memoria que elaboré al finalizar este curso, junto con los ejemplos de lecciones que diseñé allí, son una buena muestra de lo que hicimos durante esas semanas.

Tuve ocasión de regresar a Estados Unidos en el verano de 2010, esta vez para realizar un curso en la Universidad Roosevelt de Chicago. Durante mi estancia de cuatro semanas tuve que elaborar un completo portfolio en el que recogí todas las actividades y proyectos realizados en todo ese tiempo.

De entre todos los programas formativos en los que he participado, el que hasta la fecha ha sido para mí el más intenso, completo y valioso fue el que me permitió conocer el sistema educativo inglés durante el otoño de 2015. Durante siete largas semanas que se extendieron entre octubre y noviembre veinte afortunados profesores de la Comunidad de Madrid tuvimos la oportunidad de conocer con gran detalle cómo funciona la educación en Inglaterra. El programa consistía en un primer periodo de tres semanas en el que, asistiendo a clase en la Universidad de Chichester, pude conocer en detalle la organización y el enfoque metodológico que se aplica en las escuelas británicas. Pero la parte más interesante del curso fue la posibilidad de integrarme durante tres semanas completas en las actividades diarias de una escuela secundaria en Chichester. En ese tiempo pude asistir como observador a un gran número de sesiones reales de aula, comprobando así en la práctica cómo los profesores británicos enfocan su manera de enseñar. El programa finalizaba con una última semana en la Universidad, dedicada a reflexionar y evaluar la experiencia. Todos los materiales que elaboré en este tiempo están accesibles en este sitio web. Además, mi balance de este largo viaje queda reflejado en esta presentación, que es la que utilicé para explicar a mis compañeros del centro educativo en el que trabajo qué es lo que había aprendido durante mis siete semanas en Inglaterra.

Gracias a todos estos viajes y cursos he tenido la enorme fortuna de conocer otras maneras de enseñar y de aprender. No sólo me las han explicado, sino que las he vivido en mi propia experiencia como alumno en todas estas sesiones formativas. Pero hasta el momento nunca me he atrevido a ponerlas en práctica en mi propia clase. Creo, sin embargo, que ya ha llegado el momento de intentarlo. Espero que toda este aprendizaje y toda la experiencia acumulada me sirvan de apoyo.

lunes, 12 de septiembre de 2016

Un decálogo para el cambio

Emprender cambios y enfrentarse a una nueva manera de hacer las cosas no suele ser una tarea fácil. Los psicólogos definen este proceso como la salida de nuestra zona de confort, un lugar en el que sentimos la familiaridad de nuestras rutinas y de nuestros hábitos, a los que nos hemos acostumbrado con el tiempo aunque a veces resulten ciertamente problemáticos o disfuncionales. Hay un conocido vídeo de Youtube en el que esto se explica con gran claridad y bastante gracia:


Para ayudarme en este proceso de cambio, que supone abandonar mi personal zona de confort como profesor, creo que puede ser muy útil disponer de una lista de ideas básicas a la que pueda remitirme en momentos de incertidumbre o de zozobra. Mi propuesta es la siguiente:

DECÁLOGO PARA EL CAMBIO

  1. PREPARA BIEN TUS CLASES. Si quieres que las cosas salgan bien, diseña cuidadosamente las actividades en el aula y evita las prisas, las chapuzas y las improvisaciones.
  2. EL ALUMNO ES EL CENTRO. Cuando estés planificando tus clases, en lugar de preguntarte "¿qué voy a hacer yo en el aula?" conviene que te preguntes "¿qué es lo que van a hacer mis alumnos para aprender en esta sesión?"
  3. DATE PERMISO PARA EQUIVOCARTE. Nadie es perfecto y nadie hace todo bien a la primera. Los alumnos también aprenden equivocándose. Dales permiso a ellos para cometer errores, y date permiso a ti mismo para fallar. Equivocarse no es ninguna tragedia. Sólo perdiendo el miedo al error se puede crecer y mejorar.
  4. HABLA MENOS TÚ Y DEJA HABLAR MÁS A LOS ALUMNOS. Pasarse la hora hablando no es una buena manera de enseñar. En Inglaterra aprendí una frase estupenda que resume esta idea: "Hablar no es enseñar, y enseñar no es aprender". También tienen otra igualmente buena: "Quien habla es quien aprende". Si hay un video en YouTube que explica lo que quieres contar, ¿por qué tienes que aburrir a tus alumnos hablando tú?
  5. ORIENTA A TUS ALUMNOS. Empieza las clases explicando brevemente qué es lo que vais a hacer en la sesión, y termínalas recapitulando qué es lo que hemos aprendido. Esto orienta a los alumnos y ayuda a centrar su atención.
  6. MUÉSTRATE COMO ERES EN CLASE. No tengas miedo a exponer tus sentimientos, tus ideas o tus opiniones en clase. Muestra a tus alumnos cómo lo que enseñas te apasiona, te interesa y te emociona. Date en primera persona si quieres que la comunicación con tus alumnos vaya más allá de un frío y formal intercambio de conceptos académicos.
  7. ESCUCHA Y APRENDE. En una clase el profesor no es el único que tiene cosas que enseñar. Los alumnos tienen mucho que aportar, y tú tienes mucho que aprender. Pero para ello hace falta que adoptes una actitud de apertura, de humildad y de escucha. Sólo así podrás, además de enseñar, también aprender de tus alumnos.
  8. CONFÍA EN TUS ALUMNOS.  Adoptar un estilo de enseñanza horizontal, colaborativo y participativo supone cambiar el modo de gestionar tu clase. En este modelo el poder ya no está completa y absolutamente en tus manos. Confía, pues, en tus alumnos, y cree en su capacidad para aprender y para organizarse en lugar de intentar controlar todo lo que ocurre en el aula.
  9. REDEFINE TUS EXPECTATIVAS. En el modelo de enseñanza-aprendizaje tradicional resultaba habitual que el profesor esperase de sus alumnos una conducta sumisa y un silencio completo. Pero en un modelo participativo y abierto el ruido, el movimiento y un cierto desorden aparente pueden ser necesarios y muy productivos para ayudar a los alumnos a aprender. Replantéate cuáles son tus expectativas para aprender a convivir con esta nueva situación.
  10. ENCUENTRA TU SITIO. Cuando te asalten las dudas, la angustia y la zozobra, recuerda que has sido tú quien ha elegido, desde la libertad, esta manera de vivir tus clases. Si sientes que te tambaleas, plantéate tan solo estas dos preguntas: a) ¿Están los alumnos felices, trabajando en un clima de seguridad y de respeto? b) ¿Están aprendiendo? Si la respuesta a las dos preguntas es afirmativa, entonces todo va bien y lo demás, sea lo que sea, no importa.